Toman un taxi, le abre la puerta y se sientan atrás.
No me quiero despedir, porque hemos quedado que vendrás a
visitarme, ¿verdad? Sí, quizás ya no nos veamos como antes, pero volveré para
visitarte.
Mario se pone triste y está tan ido que no escucha lo que
dice Eli; quisiera abrazarla, pero no quiere incomodarla, solo pega su pierna a
la de ella como única forma de contacto.
Él baja – acordó con el
taxista para que le regrese a su casa -, ella le sigue y se miran, la
mirada de Mario es desencajada y triste, como que quisiera llorar; Elizabeth,
se apena por su amigo, pero quiere que su despedida termine bien; le mira.
******
¿Cómo está tu madre? Está mal, la he llamado, ella me dice
que está mejor, pero luego me cuenta que no ha comido en todo el día sino unas
cuantas frutas; a su diabetes le suma su depresión. Pobrecita, yo sé que es tener depresión. No,
no lo sabes. Sí, es horrible, ¿sabes cuáles son las horas más difíciles? No, me
supongo que la noche. No, es en las horas que te quedas solo, en las mujeres
que son amas de casa normalmente es más difícil en las mañanas porque ellas se
quedan solas cuando sus hijos se van a estudiar o trabajar. Mi mamá vive sola,
entonces todas sus horas han de ser muy difíciles.
Mario mira el rostro aniñado de Elizabeth y se preocupa
porque lo que come sea de su gusto. Ella está comiendo con muchas ganas, a
pesar que el restaurante no es Norky’s -
como él quería para su despedida, pero no puedo llevarla allí porque se quedó
con muy poco dinero por ayudar a su amigo -, parece que la pollería que eligió –
Begui – fue acertada.
¿Te gusta? Sí, está rico.
El mozo se acerca.
Señor, ¿es suyo el auto rojo? No – responde Mario. Algún día
tendrás un auto y me llevarás en él – Mario no dice nada porque piensa que es
casi improbable que pueda comprar un auto -; sí, cuando seas el Dr. Rivas
tendrás un bonito auto, te lo mereces.
Mario la contempla, la ve tan linda. Elizabeth no necesita
de ponerse nada en el rostro, es angelical, es un rostro clarito y sus ojos son
grandes y vivarachos. Ella no necesita de ninguna ropa llamativa, es una
gordita bella, proporcionada, no grotesca ni enfermiza, tiene un cuerpo
perfecto. No es la mujer súper inteligente que admiraría en la universidad; es
la chica que tiene criterio, que puede darte una respuesta inteligente sin
ninguna sofisticación pretensiosa.
Yo voy a pagar las gaseosas. No, te estoy invitando yo. Pero
es nuestra despedida, y yo tengo que colaborar con algo. Está bien, es nuestra
despedida y es justo que ambos colaboremos en esta última cena – Eso siempre le
gustó de Eli, ella nunca se aprovechó de él, a pesar que él le demostró que ella
lo tenía en sus manos.
*****
Ella está parada frente a él, entre la puerta y él. Mario la
mira, la mira con ganas de rogarle que se quede, que no se vaya. Elizabeth le
mira con ganas de abrazarlo y hacerle sentir bien, pero se da cuenta que no
puede hacer nada para que su amigo deje de estar triste.
Gracias, muchas gracias – Elizabeth sonríe suavemente y le
abraza. Gracias a ti, te voy a estar esperando – Mario no puede responder ese
abrazo, pero toca quedito la cintura de Eli.
****
Se queda solo, sabe que no sabrá nada más de ella y que todo
ha terminado.
Por favor, déjeme aquí nomás. Está bien señor.
Mario le paga lo acordado por la ida y el regreso. Se bajó
en la Av. Universal, para caminar por ese lugar y recordar esos días depresivos
cuando esperaba a Elena.
Se sienta en la esquina que la esperó cuando era un
niño, y le caen lágrimas.