Tuesday, June 10, 2014

Amarte duele

Tengo una hora libre así que me voy al cafetín a pedirme un desayuno. Encuentro a Rosa.

Bajamos, he traído un pedazo de torta, te lo voy a invitar. Gracias – espero que sea de chantillí, pero no, es de mantequilla nada más -. Te gusta la torta, sí me gusta mucho tu torta – no me doy cuenta del doble sentido que tiene esta expresión, lo dije con cierta resignación, pero Rosa piensa que me he referido a su aplanado trasero y se ríe tímidamente -. Ay, deberías ser así de suelto con Sofía. No me interesa Sofía.

Sofía es la hija de la directora, es joven, bella y es la hija de la directora cosa que la hace muy codiciada por los profesores solteros del San Silvestre School y ella sí que lo sabe, su mayor atractivo, ser hija de la directora; para mí ha calado mucho porque no la recuerdo nada más que por ser la hija de la directora. A mí no me gusta Sofía porque es presumida y además nunca me saluda. Hace como si no existiera y eso que soy uno de los profesores más famosos del colegio. Tengo dos años en el San Silvestre y me hice famoso desde que hice una dramatización de Romeo y Julieta con los chicos que ahora están en segundo donde participé como un sacerdote locuaz. Parece que a Sofía no le interesó tampoco que su madre – la directora Hilda – me declarara como uno de los mejores profesores, diploma incluida. Parece que a la princesa mala no le interesa nada de lo que pase en el colegio, porque casi nunca habla con nadie, está allí metida en su oficina como asistente de su madre. Y cada vez que la presentan para cualquier ceremonia, la mencionan por su gran título: la hija de la directora.

De pronto una llamada interrumpe nuestra conversación. Rosa hace “wiuuu, bien Toñito”. No le tomo importancia porque estoy desesperado en contestar, es Elena.

Hola Elena. Hola Antonio – me pregunto por qué no me dice Toñito, cuánto me gustaría que me dijera Toñito – quiero pedirte un favor… ¿te estoy molestando? No, estoy en mi hora libre. Ya, es que… mira si no puedes me dices que no… Juan tiene que llevar buzo en el colegio y a Eduardo le pagan a fines, ¿podrías prestarme cien soles para este sábado? Lo pienso rápido y respondo afirmativamente. Mira te voy a dar el iPhone que Eduardo compró, nadie lo usa y cosa que si no te puedo alcanzar antes te lo quedas eso debe costar más que cien soles. No, no me tienes que dar nada, yo te presto no hay problema. ¿No quieres comprarlo? No, no quiero – en realidad me gustaría mucho, pero no tengo dinero para comprar un celular así -. Gracias, pero yo te pago, no pienses mal. ¿Cuándo te veo? El sábado a las  seis estoy en tu casa. Nos despedimos y me quedo contento porque la he escuchado después de un mes.

Oye, déjate de cosas. Ya tocó el timbre tienes que entrar a tu clase - Rosa se ha dado cuenta que ha sido Elena quien me ha llamado -, ya debería dejarte en paz. Ya después lo conversamos Rosa, ¿no tienes clases? Hasta después del recreo hijo. Suerte – me apuro llevando el proyector, el maletín con la laptop y mi mochila.

Rosa tiene cuarenta años, pero parece de cuarenta y cinco. Un día se molestó cuando fuimos a comer en la pollería cuando la mesera le dijo qué traía para su hijo, refiriéndose a mí. Se la pasó explicándome porqué esa señorita había pensado que yo era su hijo: Ha pensado que eres mi hijo porque tienes cara de niño, y encima siempre estás con esa ropa bien pegada, se te ve bien flaco y como estoy subida de peso, ay pero qué pesada es esa señorita. 

Rosa es madre soltera, tiene dos hijos – Jesús de ocho y César de once que está en el primero de secundaria - que estudian en el San Silvestre. La primera vez que le pregunté por su esposo me dijo que se fue a comprar pan y que hasta ahora no volvía. Siempre repetía que fue lo mejor que le había pasado, porque su marido – a ella le gusta llamarlo con propiedad – era un dejado y no le inspiraba prosperidad. Nunca lo demandó ni nada, se había resignado en no saber nada de él. 

Luego me contó que él tenía una nueva familia, que estaba con una mujer más joven que tenía dos hijos que no eran de él. Y me indignó tal situación. O sea trabaja para hijos de otro. No sé, quizás y la está viviendo a la tonta esa. ¡Pero y no piensa en sus hijos! No, no le importó nada, con decirte que se fue cuando Jesús tenía meses de nacido. No llores – me parece que iba a llorar -. Nada que ver, no voy a llorar por ese tipejo, una vez lloré por un hombre y me dije que no iba a volver a llorar por nadie. ¿Por quién? Por él pues, pero ahora ya no lo quiero. 

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