El tío Lobo quiere llorar, pero se aguanta; quisiera darle
un correazo a Elías – su hijo – por lo mal que se porta, pero ya es muy tarde,
Elías ya es un hombre y no un niño.
¡No tienes el coraje de vivir en este mundo y aceptar tu
parte en las responsabilidades!, ¡quieres seguir viviendo en las nubes! ¡Un día
la vida te impondrá sus exigencias y te estrellarás con más fuerzas de lo que
hoy te ha acontecido!. ¡Carajo!, ¡para eso no voy a estar y vas a llorar!
¡Qué chucha, ya fue! – Elías se ve tan sinvergüenza y eso
lastima al tío Lobo -, ya me voy, tengo que trabajar – Elías sale así nomás sin
despedirse.
Nella se acerca a Ismael y le conversa.
Entiéndelo, es joven aún. ¡Qué mierda de hijo tengo!, dime
hermana, ¿he sido mal padre?, ¿dime qué mierda hice para que se porte así?, le
he dado lo que he podido; si quiere más que me lo pida; tengo fuerzas para
apoyarlo, pero que pida y no tiene que estar haciendo estás cojudeces. Quizás
no te tiene confianza, debes hablarle bonito. La culpable es su madre que lo abandonó, él no tiene
una madre y por eso está así.
El tío Lobo sale de su cuarto, baja al primer piso y se
encuentra con sus sobrinos: Sebastián (6), Chana (7) y Norma (14).
La pequeña Chana le pide una hamburguesa y al ver que hace
un buen tiempo que no le presta atención a Sebastián, decide invitarle a los
tres. Salen a comprar hamburguesas.
Tío Lobo, ¿por qué estás triste? – pregunta Sebastián, e
Ismael lo siente como un golpe. Elías se ha portado mal. Yo no me voy a portar
mal tío, para que no estés triste por mí.
Regresan a la casa, Ismael sube a su cuarto, le dice a Nella
que no comerá; se echa a su cama, piensa; a sacado la sonrisa de su madre, no se parece a mí, es mi carga,
es mi cruz.
El tío Lobo comenzó a llorar.
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