Querida Amiga...

No te he escrito desde mi marcha temiendo contrariarte; pero, ya es mucho tiempo que no sé nada de ti y estoy desesperado por tener noticias tuyas. Quiero pedirte que no me desprecies, pues sin tu estima no sé qué sería de mí. Quiero pedirte perdón, soy culpable, es cierto, pero te aseguro que no era mi intención. Dime si hay un medio para reparar mi falta, y no retrocederé ante nada; si toda una vida de dedicación puede devolverme tu estima, la mía te pertenece, y no habrá sacrificio alguno que tú me pidas que no esté dispuesto a realizar.

Mi corazón está tan lleno de reconocimiento por todo el bien que me has hecho, que sufrir por ti sería una dicha. La única cosa de la que a todo precio no quiero que dudes es de mi sinceridad y de la profundidad de mi amor. Te ruego que me respondas para decirme que me perdonas.

La Marquesa no dormirá conmigo.

Señora, al hacerme una invitación tan seductora, he visto cumplido el más querido deseo de mis ojos; pero acceder a ello sería desmentir el carácter inviolable de los principios que me conoce. Le ruego que me permita declinar la tentación…

Perdóneme por decepcionarla al no poder verla hoy, sea como fuer siempre la voy a tener presente y me será un placer recordarla.

Te amaba cuando tenías dieciséis años...

Te amaba cuando tenías dieciséis años, incluso cuando aún no me conocías, y te amaré toda la vida. Yo sabía que amaba a alguien antes de decírtelo, pero ignoraba que eras tú; mis ojos, mi corazón se abrieron el día en que te vi por primera vez cuando cruzaba por la avenida de tu casa, cuando me sonreíste, cayó un velo y conocí el verdadero amor, el único, vivo, poderoso, terrible, que me hará o mucho bien, o mucho mal.