Wednesday, July 30, 2014

Elizabeth me dejó

Yo te llevo a tu casa – Mario sabe que es la última vez que verá a Elizabeth. Está bien.


Toman un taxi, le abre la puerta y se sientan atrás.

No me quiero despedir, porque hemos quedado que vendrás a visitarme, ¿verdad? Sí, quizás ya no nos veamos como antes, pero volveré para visitarte.

Mario se pone triste y está tan ido que no escucha lo que dice Eli; quisiera abrazarla, pero no quiere incomodarla, solo pega su pierna a la de ella como única forma de contacto.

Él baja – acordó con el  taxista para que le regrese a su casa -, ella le sigue y se miran, la mirada de Mario es desencajada y triste, como que quisiera llorar; Elizabeth, se apena por su amigo, pero quiere que su despedida termine bien; le mira.

****** 
¿Cómo está tu madre? Está mal, la he llamado, ella me dice que está mejor, pero luego me cuenta que no ha comido en todo el día sino unas cuantas frutas; a su diabetes le suma su depresión.  Pobrecita, yo sé que es tener depresión. No, no lo sabes. Sí, es horrible, ¿sabes cuáles son las horas más difíciles? No, me supongo que la noche. No, es en las horas que te quedas solo, en las mujeres que son amas de casa normalmente es más difícil en las mañanas porque ellas se quedan solas cuando sus hijos se van a estudiar o trabajar. Mi mamá vive sola, entonces todas sus horas han de ser muy difíciles.

Mario mira el rostro aniñado de Elizabeth y se preocupa porque lo que come sea de su gusto. Ella está comiendo con muchas ganas, a pesar que el restaurante no es Norky’s  - como él quería para su despedida, pero no puedo llevarla allí porque se quedó con muy poco dinero por ayudar a su amigo -, parece que la pollería que eligió – Begui – fue acertada.

¿Te gusta? Sí, está rico.

El mozo se acerca.

Señor, ¿es suyo el auto rojo? No – responde Mario. Algún día tendrás un auto y me llevarás en él – Mario no dice nada porque piensa que es casi improbable que pueda comprar un auto -; sí, cuando seas el Dr. Rivas tendrás un bonito auto, te lo mereces.

Mario la contempla, la ve tan linda. Elizabeth no necesita de ponerse nada en el rostro, es angelical, es un rostro clarito y sus ojos son grandes y vivarachos. Ella no necesita de ninguna ropa llamativa, es una gordita bella, proporcionada, no grotesca ni enfermiza, tiene un cuerpo perfecto. No es la mujer súper inteligente que admiraría en la universidad; es la chica que tiene criterio, que puede darte una respuesta inteligente sin ninguna sofisticación pretensiosa.

Yo voy a pagar las gaseosas. No, te estoy invitando yo. Pero es nuestra despedida, y yo tengo que colaborar con algo. Está bien, es nuestra despedida y es justo que ambos colaboremos en esta última cena – Eso siempre le gustó de Eli, ella nunca se aprovechó de él, a pesar que él le demostró que ella lo tenía en sus manos.

***** 
Ella está parada frente a él, entre la puerta y él. Mario la mira, la mira con ganas de rogarle que se quede, que no se vaya. Elizabeth le mira con ganas de abrazarlo y hacerle sentir bien, pero se da cuenta que no puede hacer nada para que su amigo deje de estar triste.

Gracias, muchas gracias – Elizabeth sonríe suavemente y le abraza. Gracias a ti, te voy a estar esperando – Mario no puede responder ese abrazo, pero toca quedito la cintura de Eli.

**** 
Se queda solo, sabe que no sabrá nada más de ella y que todo ha terminado.

Por favor, déjeme aquí nomás. Está bien señor.

Mario le paga lo acordado por la ida y el regreso. Se bajó en la Av. Universal, para caminar por ese lugar y recordar esos días depresivos cuando esperaba a Elena.

Se sienta en la esquina que la esperó cuando era un niño, y le caen lágrimas.

¿Por qué Dios?, ¿por qué han pasado 16 años y sigo aquí en esta esquina llorando por alguien que no me ama?, ¿será una maldición porque nunca fui serio contigo?, ¿será que no merezco ser feliz? – piensa. 

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