Sunday, June 1, 2014

Llegando tarde

Veo la hora en mi celular, son las doce. No tengo sueño, tengo mucha sed. Podría bajar y pedirle a la señora de la esquina una gaseosa helada, pero ya sé que ella no fía. No tengo dinero a la mano porque me gasté todo en unos libros viejos que compré en Amazonas; me quedé solo con un par de soles para el pasaje de regreso. Mañana pediré a Jorge Luis prestado cincuenta soles para mi semana.


Por la mañana cogeré la bicicleta temprano y haré un par de vueltas en el parque, por lo menos estaré girando quince minutos. Me da miedo salirme de mi circunscrita ciclovía. Pienso - tirado en la cama - qué estará haciendo Elena ahora, quizás estará pensando en mí, quizás estará acostando a Juanito o está planchando la ropa de su esposo.

Estoy completamente desnudo en mi cama, he aprendido a dormir desnudo desde que Elena y yo hicimos el amor. Antes dormía con pijama porque mi madre me enseñó a utilizarlo, pero la primera vez que Elena se quedó hasta el siguiente día - cuando ya habíamos terminado de hacer el amor  y me disponía a colocarme el pijama - ella me pidió dormir desnudos. Desde entonces duermo desnudo, porque pienso que a ella le debe gustar la idea.

Estoy con mucha sed y mi cuerpo suda. Los veranos de Lima cada año se hacen más sufribles. Tengo el proyecto de comprar una refrigeradora para siempre tener agua, además quiero comprarlo para poder tener chelas allí. Me gustaría tomar una noche con Elena aquí y terminar borrachos los dos hasta el día siguiente. Nadie se molestaría, ya me quedé una vez tomando hasta caerme – claro sin hacer escándalo – con Maximiliano. Me gustaría quedarme embriagado junto a Elena aquí en mi cuarto.

No puedo dormir, y sigo pensando en Elena, así que decido aprovechar mi insomnio y cojo el libro de Klarén - “Nación y Sociedad en la Historia del Perú”-, es una copia pirata. Leo la contratapa y al terminar la última línea me entrego a un sueño profundo.

Me levanto cinco minutos antes que el despertador timbre. Son las cinco y media, he comenzado a pasear en bicicleta a estas horas desde que una vez Elena me mensajeó muy temprano y para no estar celoso, de que saliera tan temprano a trabajar, salí con la bicicleta y di varias vueltas al parque, esto me ayuda a salir temprano y bañarme para ir al trabajo. Antes me bañaba volviendo, pero ahora me baño para ir al colegio.

Me coloco los jeans, no uso calzoncillos porque quiero vestirme rápido; igual no uso medias y me pongo un polo con mangas largas. Bajo la bicicleta. Después de media hora de dar vueltas; compro un jugo de naranja a Sandra, a veces le compro a Walter. Todo depende, si Sandra aún no ha llegado a la esquina le compro a Walter que es un tipo muy amistoso y se alegra cuando le voy a comprar; en cambio Sandra, ella nunca se alegra que le compre el jugo, pareciera que es una obligación que le debo comprar el jugo porque es la que está en la esquina y Walter está en medio de la cuadra. Lo bueno es que ella sí fía; Walter también fía, pero no siempre sale a vender jugo.

Son las seis de la mañana, regreso a mi habitación, tomo una ducha y me cambio con toda la tranquilidad posible. Suena la puerta de Jorge Luis, se esta yendo, tengo que pedirle dinero porque sino no podré ir a trabajar y tampoco podré tomar el desayuno. Jorge Luis disculpa, me puedes prestar cincuenta soles, yo sé que… No te preocupes Joaquín, espera. Entra a su habitación, sale y me da los cincuenta, se despide diciéndome, ya después me lo das. Y yo, gracias.

Me quedo pensativo porque casi todos los meses estoy pidiendo prestado a Jorge Luis los cincuenta soles. Creo que me los debería regalar, porque le pido en la quincena, se los entrego el treinta y vuelvo a pedírselos la otra quincena. Esto es una maldición de mi padre, sí, recuerdo a mi padre cuando me dijo, como profesor vas a morirte de hambre, te voy a tener que mantener toda la vida. Y así es, mi madre me manda doscientos soles cada mes para poder pagarme el cuarto, me dice que mi padre no sabe de la subvención, pero sé que lo sabe, y bueno los tres hacemos como que nadie lo sabe para que no me sienta mal. Viviría con ellos, pero no quiero vivir en la misma casa donde vive mi cuñado. Nunca le di a elegir a mi madre, pero pareció que así era. Cuando mi cuñado entraba a mi casa, yo salía de allí. Cuando veía que su carro estaba afuera, no entraba hasta que se haya ido, y a veces no se iba sino hasta muy tarde. Y por eso quedaba a fuera hasta las doce o una. Cuando mi hermana se estableció en la casa me molesté tanto que me fui a dormir a un hospedaje y fue entonces que decidí alquilar un cuarto. Cerca de la casa, porque necesito que me colaboren con los almuerzos. Pero desde que me fui, mi hermana ocupó el segundo piso y su hija mi cuarto en el primer piso. Yo encantado que mi sobrina ocupe mi cuarto, pero me dolió cuando llegué a casa y vi que mis libros estaban en unos costales y mi madre y mi padre discutiendo porque él los había sacado de mi biblioteca.

A mi padre no le gustó que me fuera, y en señal de protesta, sacó mis libros y me los entregó diciendo, si te vas te tienes que ir completamente, nada de dejar tus cosas aquí. Yo, claro papá… pero no quería llevarme los libros. Pensé que podría pasar la tarde en mi habitación como si fuera mi biblioteca, siempre quise tener un lugar exclusivo para estudiar. Pero es un lujo que no me puedo dar.
Mi padre es buena gente, me digo; pero hay que entenderlo. Su vida de joven no ha sido fácil. Él quedó huérfano de madre a los 8 años y de padre a los 18. Además mi padre siempre que se emborracha comienza a llorar porque su hijo le salió hombre, y festeja como si fuera un acontecimiento reciente. Me debe amar, pero como nosotros no somos cariñosos, los gestos en casa es cosa extraordinaria. Con Melissa solo no besamos dos veces al año, para su cumpleaños y por navidad. A mi sobrina sí la apapacho y la beso, pero cada año con menos frecuencia.


Perdido en estas cavilaciones se me pasa el tiempo y tengo que apurarme para no llegar tarde al colegio. Llego con cinco minutos de retraso, y detrás de mí llega la profesora Diana y me dice cerca al oído, al ver que estoy registrando mi ingreso. Ponle que son las siete y cuarenta. No puedo, el que llegó antes puso que entró a las siete y cuarenta. Entonces, ponle siete y cuarenta y dos. No porque ya me han visto que he llegado tarde. Ya entonces déjame escribir primero. Pero ya le puse mi nombre. Hay tú siempre eres así, después no te estés quejando que te han descontado. Volteo, la saludo sin beso y me voy a la sala de profesores.

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