Si no vas conmigo le voy a contar a todos lo que ayer
hicimos. Vamos – Elizabeth acepta ir -.
Pablo tiene 26 años. Es el más bravo del grupo y por eso lo
respetan. El día de ayer, después de haber tomado toda la noche, se llevó a
Elizabeth a su casa y se aprovechó de
ella. Fue la primera vez de Elizabeth; ella había tenido enamorados, pero a sus
24 años nada más que abrazos y besos. Estaba borracha – se había permitido ese
estado porque volvía al pueblo después de años – y si bien temía lo que Pablo
podría hacer con ella, algo le animaba a sobreexponerse; quizás era que Pablo
es el líder y, así como el resto, también lo admira.
Pero es el miedo, es la poca autoestima que tiene lo que la
hace ceder ante la violencia de Pablo. Tiene miedo al qué dirán, tiene miedo a
que Pablo – porque Pablo es capaz de las peores cosas – les diga a todos que se
la llevó a la cama el día anterior y le hizo de todo.
Pablo la abraza como si fuera su mujer, la lleva por la
pista; se ríe cerca a su cara y ella aguanta su mal aliento. Pablo responde a
la gente que le saluda y está preocupada por su simpatía. Pablo sigue bebiendo y le
invita, y ella acepta para no enojarlo.
Elizabeth está nerviosa. Se siente mal, no porque no es
capaz de sobreponerse a la autoridad de Pablo, sino porque piensa que lo que él
le va hacer, le va gustar como sucedió en la noche anterior. Se siente una
mujerzuela. Piensa en William y en Sebastián, ¿a quién le dolerá más?, se
pregunta.
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