Tuesday, January 7, 2014

El profesor de historia

Llego con cinco minutos de retraso, y detrás de mí llega la profesora Diana y me dice cerca al oído, al ver que estoy registrando mi ingreso. Ponle que son las siete y cuarenta. No puedo, el que llegó antes puso que entró a las siete y cuarenta. Entonces, ponle siete y cuarenta y dos. No porque ya me han visto que he llegado tarde. Ya entonces déjame escribir primero. Pero ya le puse mi nombre. Hay tú siempre eres así, después no te estés quejando que te han descontado. Volteo, la saludo sin beso y me voy a la sala de profesores.

Rosa – profesora de física – me saluda con efusión. Toñito, ¿hoy te toca con primero verdad? Sí, para variar son cuatro horas. Hay que pena, pero si alguien te molesta me lo mandas a mi aula que yo allí los tengos, esos chicos ya me conocen. No te preocupes, yo los controlo bien. Me pongo a leer el libro de Klarén, tengo cinco minutos y repaso un poco de la cultura Moche que es el tema que dictaré a los de primero. Toca el timbre y veo al instructor que me hace una veña como diciéndome ya te toca entrar a salón, le sonrío y cargo el proyector, la laptop y mi mochila. Siempre estoy con la mochila en la espalda. Es que tengo allí mis libros, anotaciones y registros y no me gusta dejarlos. Me siento cómodo teniendo todo a la mano. Rosa se apura.

Nos vemos más rato para desayunar. Claro, pero traemos la comida aquí. Ya.

Demoro un par de minutos en instalar el proyector, el año pasado tenía una sala de innovación pedagógica, pero ahora no porque se ha incrementado dos secciones, en primero y segundo de secundaria. Así que debo andar con el proyector y la laptop de un lado a otro. Felizmente tengo laptop, porque la directora nos ha facilitado una pesada y lenta pc Pentium 4; no me quejo por esa máquina del siglo pasado, al contrario estoy alegre porque así mis colegas desisten de utilizar el proyector, desanimados por todo lo que tienen que cargar. Acaparo casi toda la semana el proyector, pero no me siento malicioso por esto porque – humildad aparte – soy el único que hace diapositivas con criterio. Mientras que los otros profesores hacen cualquier zafarrancho, o lo más común pasar un video.

Mientras estoy colocando el proyector escucho a los niños, algunos utilizan un lenguaje soez, pero como lo hacen en voz baja hago como que no los he escuchado porque es hacer hígado por algo que no tiene solución. Pero Arturo es muy escandaloso y le sale un “puta madre” en voz alta.

¡Qué sucede con usted!, ¡no tiene respeto! ¡¿Qué profesor?! ¡¿Cómo que qué?! Acaba de decir una grosería, y eso no se lo voy a permitir, crees que no me he dado cuenta, cómo es posible que un niño, un niño de primero de secundaria, - y lo digo en un tono dramático asustando al resto – tenga ese lenguaje coprolálico, chabacano, vulgar – y me río para mis adentros - . Pero yo no dije nada profesor. Me indigna lo cínico que es usted, su cuaderno de control, escriba allí: El niño utiliza un lenguaje grosero, hoy dijo… escribe allí la palabra que dijiste – todos comienzan a reír -. Pero profesor. ¿Quieres que te lleve a la dirección? Ya, pero es usted un exagerado, todos hablan así. No me conteste, y no se justifique. - Qué bueno que no se me sublevó, pienso -. Bueno, todos saquen sus cuadernos hoy hablaremos de Moche.

Les muestro un par de imágenes a manera de motivación y les hago preguntas para saber si saben algo de tal cultura. Nadie responde nada. Me refiero al Señor de Sipán y un estudiante me pregunta si conozco al que lo descubrió, y les digo que tuve la suerte de conversar con Walter Alva en un viaje que hice a Lambayeque. Los chicos se emocionan porque piensan que estoy muy enterado del asunto. Luego, como para relajarlos un poco, digo en tono serio, voy hacer una observación – todos se ponen rígidos, coloco mi mano en mi cabeza como haciendo saludo de oficial con boina y paso mi vista por toda el aula -, los chicos se quedan quietos, algunos ríen, pero con un miedo a que les diga algo. Les parezco gracioso y a la vez estricto. Arturo me mira y me sonríe, como diciéndome te crees el gracioso, y yo le miro enojado y le alzo la voz.

¡Siéntese bien!
Ahora saquen todos los mapas que les pedí. Solo han traído cuatro niños. Es posible que solo cuatro niños de los treinta y uno que son, tengan sus mapas. Son unos irresponsables. Ahora sí que les pongo su cero cinco.

Arturo alza la mano: Es cero ocho. Cómo que cero ocho. Sí, la directora dice que es cero ocho, la nota mínima es cero ocho. Pues no, es cero cinco y eso que les estoy mal acostumbrando porque si no han trabajado nada es cero cero.

Observo los mapas que trajeron y solo los que hizo el niño Manuelito me gustan. Le llamo Manuelito porque es el más pequeño del aula y además me parece muy noble y gracioso. Cada vez que le digo Manuelito se pone feliz, le brillan los ojos.

Deben aprender de Manuelito, miren él ha traído los mapas según lo indicado, para no hacerme hígado y para que luego no digan que no les doy oportunidades, vamos a fotocopiar los mapas de Manuelito para todos y así hacer el ejercicio; pero eso sí, deben agradecer a Manuelito. Y todos aplauden a Manuelito, aunque escucho a Pamela – una gordita envidiosa que está luchando el primer puesto contra Manuelito -, pero esos mapas los dibujó su mamá. Y Manuelito se apresura en negarlo. Pamelusca – le digo así, porque lleva el nombre de mi sobrina y así le llamo a ella también – no seas envidiosa – se lo digo con un acento que hace reír a todos -.

Pasó las dos horas rápido, volveré para las dos últimas; en la puerta está el profesor de computación, Nestor. Los chicos le pifian y me piden que me quede. ¡Sección de pies! – alzo la voz y todos al unísono se paran - ¡chao! Ellos responden, también al unísono, ¡chao!

2 comments:

  1. Muy interesante y entretenido su anecdotario colega, son cosas del día que sólo puede vivir un profesor, cada uno de nuestros estudiantes es una historia diferente, felicitaciones.

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  2. Mario espero no ser Diana jajajja .Excelente trabajo Mario ,te felicito.

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