Sigo pensando en Elena, pienso que se recordará de mí y que
se apenará porque ya no somos amigos; claro que no es culpa suya, la culpa es
mía por haberle confesado lo que siento. Aún así le he dedicado – junto a Ángela
-mi monografía.
Mario se levanta a las seis, toma una ducha, se cambia lo
más rápido y sale rumbo a Mangomarca. Se queda esperando en la esquina del
mercado para ver pasar a Elena, lo viene haciendo desde enero. Hace como que lee el periódico y de reojo se
fija si viene. Suena el celular, es Ángela.
Mario, ¿vamos a empastar la monografía? Sí, ¿a qué hora
vienes? En una hora estoy en tu casa. Ya, estaré esperándote, lleva dinero por
si no me alcanza. ¡Qué dinero! Más bien lleva tú para que me invites el desayuno.
Mario ve pasar a Elena, baja el periódico y quiere que le
vea. Elena lo mira, voltea el rostro y
sigue su camino.
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Tenemos una hora, ¿qué hacemos? Vamos a comer algo, pero no
tengo mucho dinero. Ya, yo conozco aquí en el Santo Domingo una señora que
vende un buen emoliente – propone Ángela -.
En la iglesia se celebra un matrimonio.
No sabía que se podían casar aquí. Sí, pero ha de ser muy caro. Mira ese lugar es la recepción. No, allí es para el matrimonio Civil. O sea que la gente en el Santo Domingo se pueden casar de religioso y si no esta´n con Dios, se pueden casar de civil en el patio trasero. Según el padre, todo el lugar es muy santo, así que nadie que no este bien con Dios puede puede pisarlo. ¡Ay por Dios!, ¿y cómo va saber si uno esta bien con Dios o no?, cuánta gente que no le interesa eso. No lo sé, pero el padre dice que no se puede ni siquiera brindar porque este es un lugar muy santo, allí están enterrados Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres. Entonces cuando te cases no lo hagas aquí, porque no podré entrar - Mario le advierte a Ángela.
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