Mario está echado en su cama, no quiere levantarse, son las
doce del medio día, se ha quitado un zapato y tiene el otro puesto. Piensa en
Elizabeth, no debería estar ensimismado ahora, tiene muchas tareas, tanto en su
trabajo como en la universidad. Pero no puede dejar de pensar en ella, en su
sonrisa, en su rostro ingenuo, en lo coqueta que es y así, en todas las nimiedades
en que se piensa cuando se está enamorado.
Prende la radio, y busca una balada que le sirva de
cortina a su estado de ánimo. Tiene frío - el invierno de Lima le hace doler la espalda -, coge su almohada y la abraza llamándola
con el nombre de su musa. Siente más frío, y elucubra lo placentero que sería abrigarse
con el calor de Elizabeth. Se reprocha porque debería estudiar, sabe que luego se
estará lamentando no haber leído nada.
Elizabeth le escribe un mensaje de texto, se dirige a él con el diminutivo que le gusta, se siente contento a pesar que no la verá hoy. Responde al mensaje con un, no te preocupes...
Elizabeth le escribe un mensaje de texto, se dirige a él con el diminutivo que le gusta, se siente contento a pesar que no la verá hoy. Responde al mensaje con un, no te preocupes...
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