Saturday, December 26, 2015

Chiclayo

Llegó a Chiclayo, camina la calle donde jugaba con sus primas; todas ellas tan lindas en época infantil y hoy cada una, potencial enemiga. Todo está tranquilo, tiene sed, ingresa a la tienda de la Tía Julia.

Tiita, me da un bodoque. ¡Hijita!, ¡mamita!, tú aquí, ¿cómo has estado hijita? Bien gracias, estoy que me muero de sed tiita, ¿me puede dar un bodoque? ¿De qué sabor hijita? De fresa – es su fruto favorito.

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Sebastián tuvo un viaje de quince horas, el bus fue detenido en dos oportunidades por no contar con los papeles en regla. Soportó el vómito del niño que se sentó delante de él y los hedores de los pañales de los más pequeños pasajeros. Por otra parte la conversación con el anciano chotano que le insistía en llevarlo a su pueblo cuando Sebastián le contó sobre su travesía.

Mijo, mejor vamos para Chota, allí mejores mujeres vas a encontrar. Pero nadie como Alejandra, ella es única en el planeta. Estás ilusionado pes, ves esa tetona – señala con la cabeza a una mujer de abultada delantera -, mejores que esas vas a encontrar en mi pueblo. Iría, pero le seré incómodo quizás a su familia – Sebastián se hace el gracioso con don Prudencio. Nada, mijo; allí les voy a decir que eres mi sobrino y todos te van a tratar muy bien; yo voy a vender unas chacras y me regreso; pero tú si quieres puedes quedarte para la navidad y allí vas a estar contento, te presento unas sobrinas.

Suena el celular de don Prudencio. Sebastián le escucha.

¡Jacinto!, papá, ¿cómo has estado?; no, no, no, todavía así noma; está delgadito noma; esos doctores dicen que están haciendo análisis; dicen que tiene un tumorcito en la cabeza y que lo van a pasar a Lima, porque allí no operan; ya le llamas a mi Choco, él sabe, ese sabe más que yo.

Don Prudencio está triste, aun así – para Sebastián – le parece gracioso.

Problemas con la familia don Prudencio. Sí, mijo, tengo mi hijo que tiene cáncer. Asu, usted debe estar preocupado. Sí pues, por eso te digo, hay cosas más duras en la vida que estar allí encaprichado con una mujer ¿di?. Tiene razón don Prudencio, soy consciente de eso; yo estoy haciendo esta locura, pero sé también cuáles son mis límites. Mi Chiquillo tiene veinticinco, estaba enamorado también; pero después de su enfermedad ya no le importa nada; ni quiere vivir, por eso esta navidad no la estamos pasando en familia; yo estoy sacando de aquí de allá dinero para llevarlo a Lima; allá en Lima lo pueden curar, ¿di? Sí, en Lima le podrán ayudar, seguro lo llevarás a Neoplásica, ¿di? – Sebastián imita la forma en cómo habla don Prudencio. Sí, así me han dicho los doctores.

Ya es muy tarde, don Prudencio se dispone a dormir, Sebastián no puede dormir por lo incómodo del asiento, piensa.

Este pobre hombre está que vende sus tierras para salvarle la vida a su hijo y yo me estoy gastando el dinero por ver en estas fiestas a Alejandra, y quizás en balde, quizás ni siquiera le interese que esté cerca de ella.

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¿A qué has venido? Esta es mi casa, ¿no puedo volver a mi casa? No es tu casa, lárgate – Verónica está alterada de ver a Adelaida. No lo voy hacer mamá – acentúa la última palabra. Lárgate, te he dicho que te largues. No voy a permitir que vendas la casa, he venido para eso.

Entra Alicia.

Sabes que mi tía está enferma y necesita el dinero – Alicia grita. Pues que venda su casa – Adelaida responde. Adelaida, vete que no quiero verte; vamos a vender la casa, te voy a dar lo que te corresponde y todo solucionado. Yo no quiero que vendas la casa, tú tienes tu casa, venda la tuya. Entonces, compra la parte que le corresponde a mi tía – propone Alicia. Lo voy hacer, pero no puedo pagarle todo. Yo necesito el dinero – Verónica cruza los brazos y mira hacia la ventana pensando en que se aparecerá su otra queridísima sobrina. Te puedo dar un monto y luego pagar en partes mamá. Yo necesito todo, voy a iniciar mi tratamiento. No lo necesitas mamá, lo que quieres es gastarte el dinero con ese vividor con quien engañaste a mi papá; crees que no sé que sigues andando con el tal Mauricio. Creo que hace mucho tiempo que no te importa lo que le pasa a mi tía, si ella está con un vividor ya no es tu problema – Alicia es una desacertada defensora de Verónica. No es un vividor, trabaja, él es albañil – corrige Verónica. Mira cómo está la casa de descuidada, es la casa donde vives y tu pareja es un albañil y no ha hecho nada. Mira mamita, Mauricio ha trabajado mi casa, no va a trabajar esta casa que la voy a vender. A cuánto piensas que la vas a vender. Treinta mil dólares. Está bien, pero no puedo darte los quince mil. Entonces lo vendemos; yo no quiero esperar a que me pagues en puchos. Te firmo letras. No Adelaida, yo no te quiero ver, tú ya no eres mi hija; esta también es tu casa, pero la otra parte es mía, te puedes quedar si gustas, pero te doy un plazo de un mes para que compres mi parte, sino voy hablar con un abogado para venderla sí o sí.

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Adelaida no contesta las llamadas de Sebastián, igual ellos quedaron que él se hospedaría aparte. Camina hacia la plaza de Chiclayo y pregunta a un policía dónde está el mercado principal; el policía le orienta al Mercado Modelo. Piensa que será mejor alquilar una habitación cerca al mercado.

El hostal le cobra cincuenta por día, paga por tres. En el mercado toma una cremolada de maracuyá. Toma un taxi y pregunta por una dirección de La Victoria. El taxista le cobra diez soles, Sebastián se da cuenta que el taxista lo ha reconocido como un capitalino ingenuo, igual no le importa tiene dinero suficiente para pasarlo cómodo por los tres días.

Usted es de Lima verdad. Sí. ¿Ha venido a pasar la navidad con su familia? No, he venido solo, porque quiero entregar un regalo a alguien especial. Su novia seguro – el taxista canta. No, es solo una amiga. Pero quiere que sea su novia – el canto norteño. Sí – Sebastián siente un frío contradictorio al clima caluroso de la amistosa ciudad. Aquí es. Por favor, pare en esa esquina, es el setecientos.

Sebastián mira la casa, piensa en que Alejandra debe estar con las mujeres de la casa preparando la cena de noche buena.

¿Joven se va a bajar? No, solo quería ver la casa, me devuelve a la plaza por favor. Está bien. Pero pare en un lugar donde vendan cremoladas para invitarle una. Ya joven.

Sebastián timbra a Elena, nadie le contesta.

Joven, allí venden cremolada; tía dos cremoladas – el taxista pasa la voz a la vendedora -, de qué sabor lo quiere joven – el taxista pregunta a Sebastián. De maracuyá. Tía, una de maracuyá y otra de mango – la señora se acerca con las cremoladas y el taxista le indica que paga el joven que está sentado atrás. Aquí tiene señito, gracias – Sebastián le paga. Gracias, feliz navidad. Feliz navidad. 

Sebastián está con mucha sed, quisiera pedir otra cremolada más, pero el carro ya partió.

Gracias joven, usted es muy bueno. A usted que me está cobrando diez soles. Diez soles por viaje joven, no se vaya confundir, son veinte en total. ¡Qué!, ¡pero no es diez soles todo! – Sebastián bromea. No joven, barato le estoy cobrando. ¿Barato?, creo que se está aprovechando – Sebastián entona como Cantinflas. No joven, ni para mi navidad le estoy sacando; así se cobra ahora que veinticuatro. Jajajaja será.

Sebastián baja en la esquina de la catedral, se sienta en las escaleras, piensa en lo contenta que se pondrá Alejandra. 


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