Thursday, October 2, 2014

Sebastián llama a Elizabeth

Elizabeth está en la Av. Abancay, está distraída viendo las tiendas, los carros pasar – ahora los carros pasan más rápido –, camina porque no tiene qué hacer. Su celular suena y piensa que debe ser William y no le toma importancia.


Piensa en Mario, cosa que no siempre lo hace – cuánto le gustaría saber a Mario que Elizabeth está pensando en él, eso le animaría mucho.

¿Qué será de Mario? Seguro estará en su universidad, seguro estará molestando a los profesores – Mario le contaba que le gustaba incomodar a sus profesores con sus preguntas.

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Son las seis, Sebastián ha tenido una reunión de padres de su tutoría. Felizmente que los papás le escucharon y reflexionaron sobre el escaso apoyo que le están dando a sus hijos y se comprometieron en tener más cuidado con los niños.

Sebastián recuerda a Elizabeth y decide timbrarle, se ha prometido no molestarla y menos con una llamada, pero la necesidad apremia, quiere escucharla, quiere sentir su respiración, quiere llorar de miedo porque sabe que no le va contestar. Timbra una, timbra dos, timbra tres, timbra cuatro y la grabación le pide dejar mensaje.

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Elizabeth mira su celular para saber la hora y da cuenta que quien le ha llamado ha sido Mario.

Pobre cholito.

Elizabeth quisiera llamarle, piensa en que debe darle una explicación de por qué no le pudo contestar, pero cómo referirse a él. Duda porque no sabe ni siquiera cómo referirse a él, la familiaridad se perdió, ya no le dirá cholito; ahora le dirá, a secas, Mario.

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El Negro llama.

Loco. ¿Con quién hablo? No te hagas al loco, soy yo Henry. Negro, ¿qué ha sido de tu vida? Tranquilo, ya a punto de pagar mis deudas y por eso mismo estoy celebrando, vente al ovalo. Me gustaría Negro, pero mañana salgo temprano al trabajo y tengo que preparar mis exámenes. Asu, pero a ti ni resaca te da. Sí, pero igual, me voy a sentir cansado, para el viernes puede ser. Está bien, yo te llamo mañana entonces.

Sebastián, está tan cansado - eso no es óbice para que siga pensando en Elizabeth – que se quita la ropa y la deja caer al suelo, se acuesta poniendo el celular al lado de la almohada, porque siempre hay una esperanza que Elizabeth llame. Sueña.

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Elizabeth recuerda que últimamente Mario le llamaba cuando estaba ebrio. Recuerda que una noche le dijo unas cosas que la ilusionó, sentirse amada por ese chico medio intelectual.

Eli, te amo y sé que tú a mi no me amas. Está bien, yo entiendo que no me ames, pero no me dejes. Perdóname por haberte molestado, te prometo que no voy a volver a insistir. Yo siempre seré tu amigo, así lo dejaremos, seré tu amigo y te voy ayudar en todo lo que esté a mi alcance.

Ya cholito, ten cuidado ya es tarde, deja de tomar y ve a tu casa.

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Ellos están en la cama, ella lo abraza y él se encoje como si fuera un niño. Ella acaricia su cabello y su rostro, sus manos son delicadas. Él siente un calorcito, es un calorcito excitante, pero que le invita a ser tierno, como no pareciera serlo; se encoge más y abraza el vientre de Elizabeth.

Piensa:

Debe ser que la amo tanto, que este amor se confunde al amor que se tiene por una madre, no pienso en poseerla, solo pienso en acariciarla, en sentir su calorcito, en abrazar su vientre. 

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