Mario fue a visitar a Elizabeth a su trabajo en Pueblo Libre;
pero ella le pidió que se marchara porque sus patrones tenían una fiesta y no
podía atenderlo.
Mario llama a Martín.
Hola Cholo, ¿y esa novedad? Hola Martín, nada que estoy
cerca a tu casa y pensé que podía visitarte. Sí vente normal, pero justo quería
salir a bicicletear. ¿No tendrás otra bicicleta? Le pido a mi roommate que me
preste su bicla. Bacan.
Mario camina de La Mar hasta La Marina, las calles le
parecen tranquilas y limpias y la gente decente. Piensa que Elizabeth se merece
estar por aquí, seguro le gustará este lugar antes que Santa Anita o San Juan
de Lurigancho; piensa que ella se lo merece.
Llega a la casa de su amigo y le timbra.
Martín, estoy afuera. Yo estoy atrás de ti – Mario voltea y
ve a Martín con las dos bicicletas, se abrazan-, Cholo, a los años; no creí
volver a verte. Sí amigo, cómo pasa el tiempo y es como si fuera que te vi ayer
en la Vallejo – Mario sonríe al recordar que ambos se sentaban en unas carpetas
para ocho personas en la academia César Vallejo en Breña.
Montan las bicicletas, Mario le pide a su amigo para que bajen a la playa. Antes van a una tienda y compran bloqueador e hidratantes. El celular de Mario suena:
Hola Alejandra, ¿qué fue? Mario, que hoy es la conferencia
que te escribí, dime vienes, para ir juntos. No Ale – se lamenta llamarle por
su diminutivo pero no lo puede evitar -, lo que pasa es que estoy en Magdalena
y voy a estar aquí hasta más tarde. ¿Magdalena?, yo también estoy en Magdalena;
entonces, por qué no me visitas, estoy en el departamento de mi papá y estoy
sola. No sé Ale, estoy con mi pata y estamos bicicleteando; si no sale otra
cosa yo te llamo; pero tengo que ir al grupo de estudios a las cinco. Si tú no
me llamas yo te llamo. Yo te llamo. Entonces esperaré tu llamada – Ale se
alegra porque sabe que cuando Mario dice una cosa es porque lo va cumplir así
que él llamará.
Martín y Mario bajan a la playa, recorren la parte de la
Costa Verde que le pertenece a Magdalena y San Isidro. Se sientan para
descansar.
¿Y qué fue de tu vida Cholo?, ¿volviste a la Cantuta? Sí,
soy profesor; después de postular a San Marcos y no ingresar me dije, tengo que
volver a la Cantuta. Pero era lo justo, además te retiraste al tercer mes
nomás; cómo ibas a postular así. Es que no pude pagar la academia. Sí, ya
entendía; yo ingresé a Ingeniería Forestal en La Molina y ahora soy gerente de
un Consorcio Maderero. Eso suena importante, has de ganar bien. Sí, cuatro o
cinco veces lo que gana un profesor de colegio fiscal – Martín se lustra las
uñas. Qué bueno que no soy profesor – Mario ironiza.
La conversación estaba tan amena que Martín olvidó de
ponerse su casco y lo dejó en la banca donde estaban conversando. Cuando suben
el acantilado Martín da cuenta de su pérdida, piensa que estando en Magdalena
es improbable que se lleven su casco así que regresa, pero vuelve renegando
porque no lo encontró.
Regresan al condominio donde vive Martín y acomodan las
bicicletas.
Te invito a comer. No gracias Martín, voy aprovechar que
estoy aquí para visitar a una flaquita,
me ha invitado a comer. Yo te voy a molestar otro día, porque me ha gustado
pasear por aquí. Bacan, entonces me llamas, mañana salgo para Pucallpa y regreso el
uno de noviembre. Perfecto – abraza a su amigo para despedirse. Perfecto cholo, ha sido un gustavo verte.
Mario sale del condominio y llama a Alejandra.
Viejito, ¿te vienes? Sí Ale, dime cómo llego al apartamento.
Mira estoy cerca al Hospital Santa Rosa, en Av. Bolívar 718, departamento 301.
Oka voy para allá, ¿tienes comida? Obvio – lo dice con una entonación curiosa.
Alejandra llama a un chifa y pide una porción wantán frito y
dos platos de chicharón de pollo. Suena su intercomunicador, es Mario, le abre
la puerta.
Viejito – le abraza y le da un beso en la boca y Mario le
responde porque el sol soberano de Lima tiene efectos afrodisiacos en una tarde
de verano en un distrito limpio y agradable como Pueblo Libre. Ale, no pienses
mal, pero he venido nada más porque…
Ella lo besa, él la besa y caen en el sofá negro de Marroquín
que los nuevos inquilinos del departamento han traído. Hacen el amor, Mario se
esmera en hacerlo acrobáticamente y ella le pide un hijo; que después deciden
que debe ser niña y que se llamará Elena; porque siendo el padre Mario, él debe
elegir el nombre de la mujercita, con la condición de que él segundo hijo sea
varón y el nombre lo pondrá Alejandra.
Llaman al intercomunicador, es la comida. Ni Mario ni
Alejandra quieren bajar, así que piden al señor que lo suba. Ella recibe la
comida y paga con un billete de cien soles y recibe su vuelto.
Qué rico Ale, qué detalle. Para ti todo mi viejito adorado –
Alejandra le pone el pollito en la boca y Mario se sonroja.
Terminan, se limpian, ambos pasan al baño y se asean,
Alejandra se limpia los dientes con los dedos, Mario la mira admirado y hace lo
mismo cuando le toca su turno.
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