Si hacía esto, era por vanidad. ¿Vanidad? Sí, porque yo pensaba
que soy lo suficientemente bueno como para poder lograr que te enamores de mí.
¿Y ahora? Ahora es por amor, porque ahora me doy cuenta que eres lo
suficientemente buena como para haber logrado que me enamore de ti. ¿Pero ya
sabes que no te amo?, ¿dimitirás?, ¿me abandonarás ahora que sabes que no
podrás lograr nada conmigo? No, ¿sabes?, el día que me dijiste que nunca
podrías amarme, ese día en la noche me la pasé llorando, pero sabes no me
importa que ahora no me ames, yo confío en mis fuerzas, en mis argumentos,
confió en mi capacidad de amarte y que con eso tú te enamoraras de mí.
Sebastián acomoda a Alejandra en su cama, ella mantiene los
ojos cerrados y a penas se mueve para acomodar sus pies.
¿Qué haces Sebastián? Estoy analizando mis sentimientos.
Intentas hacer un análisis de tus sentimientos, ¿tú que me dices que cuando el
objeto de estudio es subjetivo, nada objetivo se puede lograr? Es que los
sentimientos son una realidad concreta, aunque sean difíciles de analizar.
Sebastián se admira del brío de cera que tiene el rostro de
Alejandra, se enfoca en sus labios rojitos, que parecen dibujar un corazón. Con
su mano – despacio y suave – toca las piernas de su amada, las recorre hasta
llegar a sus pies, donde se detiene para oler su humor.
Alejandra, te amo; y haberte escuchado hoy, haber escuchado
lo clarito que dijiste fue lo más bonito que hiciste por mí. Que me hayas dicho
que no me dejarás y que tu indiferencia y mal trato no han sido producto de tus
deseos, sino de tus miedos; que confesarás todo, no solo es confianza; con eso
cumpliste con la sinceridad que tanto te he demandado, por lo que me enamoré de
ti.
Sebastián, besa a Alejandra; ella está profundamente
dormida, pero responde ese beso.
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