El Guernica, de Pablo Picasso |
Hace mucho que Elena no le
visita, piensa que está curado de su recuerdo; pero seguro que le hace falta en
este momento que lucha para no tirar todo por la borda a pesar del desamor de
Alejandra.
Se ha refugiado en las novelas,
la de turno: LA TÍA Y JULIA Y EL ESCRIBIDOR; creyendo que algún día sus
encuentros con Alejandra terminarán con final novelesco: ella confesándole que
siempre le amó y echándosele a sus brazos. Pero en esos momentos que la
literatura le dice que todo puede suceder, que la inflexible Alejandra puede
aceptar ser su mujer; vuelve su pesimismo que le dice que eso nunca sucederá,
que es mejor alejarse, que poco a poco terminará por olvidarse de la veinteañera.
Ya es de madrugada, Sebastián
escribe un post pensando en ella - ¿qué post ha hecho sin pensar en ella? -, un
post - ¿éste post? – donde expresa sus muchos cuestionamientos por su mentirosa
amistad con la salerosa morena. Toma una copa del vino que no terminaron, lo
siente con buen sabor, busca la fotografía desnuda de su musa, se embriaga de
pura psicología.
Apaga la pantalla de su
ordenador, se pone en la mesa para lectura – un lugar que especialmente ha
condicionado, alejado de la computadora -, se quita los zapatos y desea tocar
los pies de Alejandra con los suyos. Coge la novela del Nobel, recuerda que
prometió a su amigo prestárselo una vez terminado su lectura y decide
terminarla, solo le faltan doscientos cincuenta páginas, el formato es mediano,
puede hacerlo, se trasnochará no estudiando para el examen final de una farsa cátedra,
sino leyendo una novela. Suena su celular.
Hola Sebastián. Hola Alejandra.
¿Estás bien? Sí, gracias a ti estoy bien; si no fueras como eres, si no fueras
gestual, me sería insoportable… gracias Alejandra, muchas gracias. Sebastián,
estás en mis días y te extraño siempre. Tú estás en todos mis instantes,
siempre me despiertas y contigo duermo; yo no te extraño, porque contigo vivo –
a Sebastián se le cae una lágrima que Alejandra no imagina.
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