Sebastián terminó de lavar sus medias e interiores, los
tiende en la azotea. Mira el parque y piensa en los mejores momentos que pasó con Alejandra.
Fueron los mejores, caminar por el cercado, llevarla a la
Plaza San Martín para ver la llamita posada en la cabeza de la madre patria,
contarle el mito del escultor Benlliure.
Vamos almorzar al Centro. ¿Al Centro? – Pregunta curiosa
Alejandra. Sí, allí hay un buen restaurante, y quiero enseñarte algo. Está bien
– Alejandra tiene tiempo, y piensa algo interesante le puede ensañar su amigo.
Caminan hasta Malecón y toman un carro que va Abancay. Bajan
a la altura de la Biblioteca y caminan por Jirón de la Unión hasta llegar a la
Plaza Mayor, Alejandra no quiere entrar en ninguno de los restaurantes de allí.
Sebastián no tenía ningún problema con los precios, está dispuesto a gastar con
ella en un sábado frío de Lima como este.
Pero el otro día vine aquí y me gustó mucho. Ay Sebastián,
tú no sabes de comida, yo he comido aquí y nada bueno me ha parecido. Bueno,
entonces vamos a la Plaza San Martín, quizás allí encontremos algo. Está bien.
Alejandra va sencilla, lo más sencilla que se puede imaginar
una mujercita así podría estar, pero camina como si fuera una artista.
Sebastián la mira – aunque más la admira -, y sonríe por lo coqueta que se pone;
le sugiere para caminar por una calle paralela a Jirón de la Unión, pero ella
insistió en ir en medio de la gente, no lo hizo porque quería sentirse como
Sebastián piensa que ella se siente al lado de tanta gente: una princesita que
se extraña de estar cerca a la plebe; ella pidió pasar por allí porque sabía
que se encontraría con las miserias, con la gente mutilada, con los mendigos de
ojos reventados y otros seres humanos dañados; no lo hizo por curiosidad de
verlos, lo hizo porque al pasar junto a ellos es como hacerse fuerte de lo que
no le gusta de su sociedad, como comulgar con el sufrimiento de esa Lima tan
miserable.
Sabes Sebastián, esto es lo que no me gusta de mi patria,
creo que si tú fueras político, te pediría que hagas algo por ellos. ¿Y qué
crees que se puede hacer? – Sebastián la escucha tan inocente, ingenua, pero
muy noble. No sé, quizás las llevaría a su casa. Pero de allá vienen, creo que
lo más conveniente es llevarlos a un centro de cuidado, donde se les pueda dar
calidad de vida. Sí Sebastián, pero no pueden estar así mendigando, exponiendo
sus miserias; por estas cosas es que me doy cuenta que esos políticos son unos
corruptos.
Llegan a la Plaza San Martín y se acercan al primer
restaurante que encontraron. Ella pide de entrada una papa a la huancaína y él
un caldo de dieta; de comida, ella se sirve un bistec a lo pobre – Sebastián se
da cuenta de lo contradictorio de su elección siendo que hace poco nomas se
quejaba de la miseria de nuestra sociedad -, él pide un pollo saltado.
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