Sunday, November 16, 2014

El rey mendigo

Echado en mi cama, pensando en ti.
La princesa Elizabeth no quiere casarse. Ha sido llevada a la corte para contraer nupcias con el rey. El rey la trata con la calidad merecedora de la nobleza de sangre y espíritu de la princesa, pero ella no lo ama y piensa que nunca lo amará.

El rey como mendigo le ruega por su amor, a ella no le interesa.

El rey se enfurece, no soporta la negativa de la princesa y decide expulsarla de la corte para olvidar su rechazo; pero su amor por ella le reprime tal ignominioso trato.

La princesa ama al conde Alberto, y se entrega a él. Ella no quería verse deshonrada por tal desliz y por eso le pide al conde que se case con ella, a lo que él lo rechaza.

En palacio se corre el rumor que la princesa está embarazada, y que el hijo será del rey. El rey se entrevista con ella.

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Su majestad, mi presencia le ha de ser aborrecible.

Jamás princesa Elizabeth, me ha dolido vuestras mentiras, vuestro desprecio, pero jamás me has sido aborrecible.

Su majestad, he sido deshonrada por un infame conde, estoy embarazada, usted puede decidir mi suerte.

Me has enseñado que no puedo decidir por ti, eres fuerte princesa, y defenderás tu libertad; tu suerte depende única y exclusivamente de ti; yo te amo, pero eres tú quien debe elegir: Ser la reina de este castillo o regresar a tu provincia y disfrutar de las atenciones de lo que te procure la riqueza de tus nobles padres.

Su majestad, es usted verdaderamente el hombre más generoso; me ofrece la corona a pesar de lo mal que me he comportado. Este castillo es mi destino y será el de mis hijos, yo decido ser la reina.

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El rey proclamó que la princesa había sido su mujer y que en su vientre se desarrollaba el Delfín del reino.

Así contrajeron nupcias, el castillo se cubrió de cristales para la ocasión; la princesa vestía seda traída de los reinos del Oriente, llevaba piedras preciosas de las posesiones del Caribe, su belleza y simpatía de niña era lo que más la realzaba. Los adictos a ella decían, la princesa se lo merece, quién puede negársele a tan dulce criatura.

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El rey embriagado, después de las celebraciones, lleva a la reina a su lecho; quiere hacer el amor, pero ella no lo acepta, él la fuerza, arranca el vestido y la posee.

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Su majestad – se dirige el conde Julián -, es mi deber decir lo que se dice acerca del vástago a quien usted ha declarado como nuestro Delfín; se dice que es hijo del conde Alberto.

He escuchado tales cosas, y ante la duda del pueblo no puedo más que actuar. El conde Alberto ha de viajar a los Alpes y allí tendrá que contraer matrimonio; te delego tal tarea.

¿Y en cuanto a la criatura que lleva la reina, Majestad?

Siendo que ha sido declarado Delfín, solo se le podrá quitar tal título con su muerte. Yo me encargaré.

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De noche, el rey se acerca a la reina que está descansando en su cama, saca un cuchillo y le abre el vientre; los gritos atroces de la reina no se escuchan. El rey saca al feto, lo levanta vivo y aplasta su cabeza.

Dos comadronas entran y le reclaman a la reina por lo que presuntamente ha hecho. La atienden y se acercan al rey para darle la noticia que el Delfín a muerto. El rey llora.

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La reina aún convaleciente, debe atender al rey. El rey se le hecha y la posee.

¿Es este cuento realidad?
Real mi reina.

¿Acaso este castillo no está en el aire?
No pienses que estás soñando.

Afuera todos sonríen, el reino es uno de los más pacíficos y prósperos, qué hace que en el núcleo de este castillo se cometa tal atrocidad contra la reina.

Eres la reina, tú elegiste. Pudiste elegir al mendigo, pero elegiste al conde y el conde te deshonró. Pudiste volver a tu castillo provincial, pero elegiste el castillo central, y en ese catillo está el rey.

El rey era un monstruo.

Moraleja: Elige al rey mendigo y no al rey generoso.


Este cuento está dedicado a Elizabeth. (16/11/2014).

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