En la casa de la hermana María hay una actividad pro salud
de su madre, le estoy colaborando con una pollada. Me encuentro con Mery (17),
Nicoll (17) y Luana (18); están comiendo en una larga mesa. Sentado al
frente de ellas, converso de cómo les va en la iglesia, son ya cinco años que
no visito el templo, ellas me miran inquietas sin saber qué preguntarle a quien
fuera su maestro de la escuela sabática.
¿Y cómo están chicas? – inicio la conversación. Bien –
repiten las tres. ¿Por qué ya no viene a la iglesia hermano Antonio – pregunta Mery.
Sí hermano, lo extrañamos, aunque sea debe venir de visita – dice Nicoll, con
falsedad.
De pronto, entra Lourdes con su enamorado – en la iglesia le
llaman “amigo especial” – Carlos; ella me mira y se incomoda, la quiero saludar
pero me rechaza el beso diciéndome así nomás. No sé porqué es distante y
Carlos, con quien no he tenido mayor acercamiento, me mira con hostilidad.
Hermano Antonio aún no me has pagado – me dice la hermana
María. Sí, si le he pagado, le dejé allí en la cocina. No, no me has pagado,
aquí no hay nada. Pero allí estaba Javier y vio cuando le dejé el dinero, yo
mismo le dije que le estaba dejando en la mesita. Sí, pero no hay nada, no te
habrás equivocado hermano. ¿Y Javier qué dice?, él vio el dinero. No, yo no vi
el dinero, solo te escuché y te dije sí, pero no vi – Javier se apresura en
desmentirme.
Lourdes se ríe, y me incomodo más. Muestro mis bolsillos,
están vacíos, y llevaba conmigo un billete de diez soles. Siento que cada
persona que me rodea es un enemigo potencial.
No se preocupe hermano – la hermana María se resigna.
Jajajaja - ríe Lourdes. Nada de que no
me preocupe hermana, yo le puse mi billete en la mesita, Javier debe haberlo
cogido. Yo no he cogido nada, cómo lo voy a coger, yo no tengo esas malas
costumbres – Javier está temblando porque he sacado una conclusión acertada.
Jajaja – sigue riendo Lourdes. ¡Puedes dejar de reírte!, ¡así dices que eres
psicóloga!
Carlos se levanta y hace como quisiera pegarme. La hermana
trata de calmarnos y de pronto Javier sale de la habitación; corro tras de él. Estábamos en el tercer piso y no hay mucha luz, las escaleras no
tienen focos así que me da miedo bajar porque la casa es muy grande y antigua.
Encuentro a Marcos y Luis en el segundo piso.
¡Antonio! – me abraza Marcos extrañado de meses de no vernos.
¡Amigo Antonio! – lo mismo hace Luis. ¿Y qué haces con esa caja de cigarros?,
pensé que Cajamarca te habría cambiado el hábito. No, solo es por hoy, ya no
fumo – Luis ríe nervioso. Ya, no seas niño golosina; ahora vuelvo.
Sigo bajando las escaleras, son muchos los escalones. Llego a
la salida y hay poca luz, no encuentro a Javier. Al frente a una distancia
considerable, Marcos y Luis se despiden, ambos están en una motocicleta negra,
quien los lleva es un hombre cubierto todo de negro. Y tan solo a unas cuadras
de haber avanzado, la moto explota.
Me desespero y corro hacia el lugar, marco el 105 para
pedir ayuda, se ha hecho un circulo de gente en el lugar del siniestro. Miro a Luis
y aún está vivo.
Antonio, mi papá, mi papá… - no entiendo a Luis. Espera, ya
van a venir por ti amigo… ¡ayuda por favor ayuda!, ¡alguien ayude por favor! –
comienzo a llorar.
Despierto, llamo a Marcos, pero su celular está fuera de
servicio. Le envío un mensaje de texto a Luis, pero no me responde. Prendo la
computadora y veo el facebook de Luis para saber si algo le ha acontecido, no
tengo el facebook de Marcos. No encuentro nada fuera de lo normal.
Suena mi celular y es Paty preguntando por la matricula,
ella no sabe nada de mis amigos. Le digo que también ignoro sobre las fechas
del proceso y que mejor consulte con Kelly.
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