Thursday, November 19, 2020

El hijo de Azul

Azul no supo que hacer. Él tenía un cuchillo hechizo, con una hoja de unos 15 centímetros, oxidada y corroída. Apenas tenía filo. Él empezó a presionarle el cuello con el puñal artesanal y la obligó a subirse junto con él en el asiento trasero del auto.

Un momento después, el auto salió del centro, tomó la Evitamiento siguiendo la Panamericana Norte. En el kilómetro 34 se desvió hacia la derecha y siguió un camino de tierra. Azul pensaba que estaba en Puente Piedra, ella tiene una amiga que vive allí. Azul no podía ver al que conducía, estaba aterrada con la cabeza agachada, el que la tenía aprisionada del cuello, le tocaba el cuerpo con la mano que tenía libre y le preguntaba si antes había tenido relaciones sexuales con un peruano. Groseramente le dijo que era su día de suerte, que hoy tendría a dos peruanos solita para ella.

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Azul llega cansada a su habitación, se quita los zapatos, las medias, los jeans, y va recordando lo sucedido. Le cae una lágrima, se echa a la cama tocando su vientre vacío. Muchas preguntas le vienen a la cabeza:

(-) ¿De quién era el niño?, ¿de José?, ¿de los violadores?, ¿de cuál de los violadores?

(-) ¿Es una mala mujer por matar al niño que estaba en su vientre?, ¿era acaso un niño o una niña?, ¿se puede hablar de un niño?, ¿no será mejor hablar de un feto?, ¿quizás sea mejor pensar en un feto para no sentirse mal?

(-) ¿Podrá ser madre?, ¿será que Dios le está diciendo que nunca será madre?

Sus hermosos ojos azules se quedan en un punto fijo de la nada. Quisiera tener a alguien que la ame en verdad, no sexo, ella quisiera que alguien en verdad la ame, que la acaricie, que la abrace, que le diga que no es una mala persona, que puede levantar la frente y no por un orgullo de plantarle cara a la dura vida, sino del orgullo feliz de que es una buena persona, pero no se siente así.


Cuando me llames, allí estaré. 








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