Sebastián sigue en la cama mirando el techo. Tiene frío,
pero sobre todo está triste. Piensa en Alejandra y su desprecio. Juega con sus
pies desnudos colocando la planta de uno sobre el empeine del otro para
calentar las plantas.
Tiene que ir a la universidad, tiene una práctica y no ha
estudiado. Además tiene que ver el trabajo de su grupo, y apoyar a Sonia con su
trabajo de investigación. Quisiera quedarse en la cama, pensando en Alejandra,
quisiera poder tener tiempo para llorar por lo solo que está.
Coge el poemario que tiene en su mesita de noche, lee el
poema “El cuadradito de Alejandra”, y recuerda cuando ella le prometió que
jamás le abandonaría. Alejandra ha sido la persona más complicada y sutil que
él ha conocido y por eso mismo le embarga el miedo de no saber qué es más
conveniente: si luchar por volver con ella, o dejarla ir, esperando que el
tiempo la saque de la cabeza. Igual sufre, abraza su almohada. Suena el
celular.
Hola Sebastián, soy Sonia, por favor no te olvides que hoy
hemos quedado para que me ayudes, te espero al medio día en el comedor. No te
preocupes, allí estaré.
Sebastián se levanta de la cama, pisa frío porque las sandalias
las tenía lejos, se las pone y va directo a la ducha.
Deja caer agua en su nuca, no importa el frío. Se enjabona,
echa champú, recuerda cuando tuvo en esa misma ducha a Alejandra y contempló su
tierna anatomía, recuerda el olor de jabón de su nuca y lo bonito que fue pasar
su nariz por sus oídos. No volverá hacerlo, ya no podrá olerla más, se
desespera y le caen lágrimas que se combinan con el agua que le limpia la
espuma.
Se viste. Sale rumbo a la universidad.
Entra al salón, una señorita le llama por su nombre y le
pide para que haga el trabajo, él acepta. Mientras está haciendo la práctica,
se le acerca David y le pide que le ayude con algunas preguntas, Sebastián no
se hace problemas y le pide el celular a su amigo para fotografiar lo que ha
trabajado hasta el momento. De lejos escucha a Keni riendo y molestando a David,
no voltea, sabe que es Keni.
Termina la práctica, agradece a su compañera y sale rumbo al
comedor para ver a Sonia, queda con que él hará el trabajo.
Fuera de la universidad toma un jugo, ya es la una y recién está
con el desayuno. Estando sentado en ese restaurante mira que Alejandra llega en
un auto, está con un joven apuesto, éste le acomoda el asiento y Sebastián se
pone celoso, les sigue con la mirada hasta que entran a la universidad. Recién
se levanta, paga su cuenta y camina rumbo a la Wisse para ir a su trabajo.
En el camino solo piensa en Alejandra y que no tiene ganas de hacer nada. No almuerza, no
tiene hambre. Llega al colegio, firma su entrada y la directora nota su pesar.
¿Por qué esa cara coleguita? Tengo un problema personal directora.
Qué te puedo decir coleguita, problemas hay muchos y todos los tenemos, pero hay
que saber sobrellevarlos. Lo sé – Sebastián quisiera llorar para que esa buena
mujer le consuele -, por eso mismo estoy luchando, ahora mismo no quisiera ni
siquiera trabajar ni hacer nada, pero estoy aquí para cumplir mi trabajo, voy a
la universidad para salir adelante, estoy haciendo mis tareas aunque no tengo
ganas de nada; siento que la vida no vale
pena. Yo sé que no crees en Dios, yo creo en Dios y cuando estoy así
pienso en que Dios me ha traído aquí para una misión y eso me consuela porque
cumplo mi misión; tú también debes pensar así, tendrás muchos problemas, pero
tú tienes una misión, tú eres un buen maestro y cada vez serás mejor, tus
alumnos llegarán a admirarte y eso te hará feliz porque estarás cumpliendo una
misión, los problemas pasan por algo, para que seas mejor persona. Muchas
gracias, quisiera poder tener fuerzas y ganas para seguir adelante, ahora solo
me quedan pocas fuerzas, me siento muy solo, estoy muy solo – Sebastián llora
-, no sabe cuánto me duele todo esto, quisiera no estar aquí, quisiera poder
salir y correr, perderme – se le entrecortan las palabras -, no sabe cuán mal
me siento, no tengo ganas de nada, ya no tengo ganas de nada. Hoy solo tienes
un par de horas con el Cuarto “B”, yo entraré a tu salón, tómate el día libre –
la directora le soba comprensiva en la espalda.
Sebastián se seca las lágrimas, se retira del colegio, toma
el carro y va rumbo a su casa. Llega a su habitación, se quita la ropa y se
echa a dormir. No puede dormir, escribe un mensaje a Alejandra, piensa que
luego se arrepentirá, pero no se arrepiente. Él la ama, y no importa si ella le
increpa algo, ya no importa nada, quizás se estará burlando de él; quizás
Alejandra se dirá, podre Sebastián, sigue insistiendo; quizás ni tomará en
cuenta el mensaje.
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