Cómo te podría agradecer por los tiempos que pasé contigo,
pues fueron malos tiempos. No te fuiste, cómo iba retenerte.
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Camila le increpa qué será de ellos; solo se verán dos o
tres veces a la semana. Él solo le responde que así tendrá que ser, que es
mejor para los hijos de ambos. Camila se desespera y prende sus uñas en el
rostro de Henry.
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Todo era bonito en apariencia, todo era como un cristal que
en cualquier momento tú romperías.
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Henry empuja a Camila, piensa que no le hizo nada, pero por
casualidad mira el espejo que tiene enfrente y ve su rostro ensangrentado. La
furia se apodera de él y la insulta y abofetea por lo que le ha ocasionado.
Ella quiere seguir marcándole la cara.
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¿Me amaste?, ¿no será que te obsesionaste? No importaba si
te amaba, solo importaba si tú – en tu entender – me amabas y por eso debía
estar junto a ti.
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Camila ha enloquecido, grita palabrotas y Henry se siente
muy humillado. Está en la casa de su amigo y sus padres estarán escuchando
todo; su furia – que se había tranquilizado en un momento – vuelve con más
fuerza, y ahora la coge de los cabellos y a patadas la saca de la habitación; cierra
la puerta. Camila grita una serie de groserías y amenazas. Henry no responde,
quiere que se marche.
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Solo quiero que ya no me molestes, que hagas tu vida sola,
porque junto a la mía no podrás hacerla. No te juzgo, así que no me juzgues. Marcas,
has dejado marcas, en el alma.
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