Ya le agarraste la canchería. ¿Y
qué es eso? Es jerga policial, o sea le agarraste la maña. Ya lo cliquié.
Sebastián escucha “Aún sigo
cantando” de los Enanitos Verdes. Y piensa en Elena. La última vez que la vio
fue en su casa cuando le reprochó por estar con Freddy. Piensa que en esta hora
– son las doce de la noche – debe estar acostada, sola y pensando en todos: en
si sus hijos están bien, en que mañana no irán al colegio porque es el día del
maestro, en que Juan ya está grande y necesitará una habitación para él solo,
en que sus hijos están creciendo y que algún día la dejarán como le dejó Henry;
debe pensar en la niña que murió, en que hubiese sido muy hermosa, en que – modestia
aparte – sería muy parecida a ella y hasta más bella porque tenía los cabellos
ensortijados de Henry; y se preocupará por Henry, en que si la mujer con quien
está es la correcta, si está bien de salud; también se preocupará por él –
Sebastián -, y se dirá si algún día encontrará a alguien que lo ame.
El policía ya no está conectado,
pero él no ha reparado en si debe o no escribirle, se ha ensimismado en un
montón de ideas sobre Elena y Henry; ellos están tan lejos de él. Fue su mejor
historia y ya no volverá a vivir tan intensamente como aquellos días, ni en
otra parte del mundo podrá vivir algo así.
*****
¡¿Y que tal si subimos a los
carros?! No, me da vergüenza, aunque a veces tengo ganas de hacer algo. ¿Qué? –
Sebastián piensa que coincide en un pensamiento con Henry -, ya sé; quieres
subir a los carros a vender caramelos. Sí, siempre he pensado en que debo hacer
eso. Pues yo también, me gustaría saber qué se siente vender en los carros. Pues
nunca sentirás lo que en verdad se siente vender caramelos, porque aún si lo
haces será muy diferente porque no lo harás por necesidad. Pues tienes razón,
pero lo que voy hacer no será vender, voy a subir un día y les voy a sonreír a
las personas – Sebastián sonríe como mono – y les voy a regalar los caramelos.
A veces pienso que voy a tener tanta necesidad que un día me veré obligado a
vender caramelos. Eso no va pasar, tú sabes hacer muchas cosas.
Henry se echa en el gras y se
quita los zapatos con sus pies. Coge la lata de las colectas y la pesa a pulso.
Cuánto dinero habremos
recolectado. No creo que más que las hermanitas de la caridad – así le llaman a
un par de ancianas de la iglesia. Espero que este dinero sirva para ayudar a
las personas más necesitadas. Confío que Dios hará posible eso; y si un mal
hombre se aprovecha, Dios se encargará de que algún día esa persona tenga que
recurrir a un hospital que se sustente con la caridad de la gente. Qué buenos
pensamientos hermano.
Se levantan y van rumbo a casa de
Sebastián. Es un sábado soleado, Henry piensa en la comida que habrá hecho la
señora Nella.
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