Mario espera el ascensor para ir a su piso y al abrirse
éste, se encuentra con Elizabeth. Ella estaba llorando, solo saluda con un
buenas noches.
¿Solo buenas noches? ¿Cómo dice señor? ¿Tanto he cambiado
que no te recuerdas de mí? –Elizabeth se admira al reconocer a su amigo, le da
un beso y lo abraza como antes. ¿Cómo has estado? Yo bien, gracias; ¿y tú? –
Elizabeth se limpia las lágrimas que le salen -, llora, llora tranquila – Mario
le toca el antebrazo -; me alegra mucho verte. Ha sido la emoción de
encontrarte – Elizabeth ríe. ¿Te ha pasado algo? Nada, ha sido la emoción de
verte.
Mario se desilusiona al saber que Elizabeth está casada; pero era de suponerse. Son diez años que no se han visto, ella ha tenido que
experimentar muchas cosas, tantas como él ha experimentado. La mira, se ve más
grande y linda que nunca; en cambio él se ve mucho mayor, más serio y cansado.
Diez años, pensé que ya no te volvería a ver. Sí pues, diez
años; tuve una hija, tiene tres años; ¿y tú te casaste? ¿No me tienes
en el face?, debes saber que soy una desgracia total; vamos dime, ¿por qué
estás así?, yo no soy el motivo ¿verdad? No te creas, quizás sí; quizás sea que
elegí mal, que no te elegí a ti.
Mario se sienta en las escaleras y le hace un gesto para que
ella también se siente. Saca su pantalla y le muestra las fotografías que le
tomó aquella tarde en su habitación.
¿Por qué aún las tienes? Porque no he podido dejar de
pensarte. Volví a Lima después de que mi madre murió – a Mario le parece que
Elizabeth le reprocha el porqué no la volvió a contactar. Lo supe, quería
llamarte, pero tenía miedo de que me rechaces. No te preocupes. Luego me
arrepentí, me arrepentí de no escribirte, sé que era importante haberte mandado
un e-mail aunque sea, pero tenía tanto miedo de que me rechaces. No te
preocupes, tenías razón de no querer comunicarte conmigo.
Mario saca un cigarro, lo prende y Elizabeth le pide que le
invite.
¿Desde cuándo fumas? Desde que te fuiste; me encontré con
mis amigos de la adolescencia y con ellos me iba a tomar y allí comencé a fumar.
Sabes, estoy por divorciarme, mi esposo vive en este departamento con su amante;
yo vivo en un cuarto alquilado con mi niña y tengo que trabajar para mantenerla
porque él no me ayuda en nada; se ha desentendido de nosotras. Podría ayudarte
con la demanda. No, no quiero molestarte, aceptaré un abogado del Estado.
Déjame ayudarte. No Mario, no tienes porqué.
Elizabeth fuma y para Mario es maravillosa la escena: Ella esta
abrigada con una casaca rojiza, una blusa de colores pastel, usa jeans, tiene su
cabello ondeado recogido a un costado. Una mujer fuerte, pero también una mujer
con muchos problemas; sentada en las escaleras del edificio donde él vive con
su madre desde la muerte de su padre.
Te ves muy bien. Gracias, me tengo que ir. Pero podemos
vernos este fin de semana – Mario se pone nervioso. No creo, los fines de
semana los dedico a mi niña. Si gustas podemos salir los tres. No. ¿Estás
segura? Sí; disculpa, estoy apurada. No parecía. Es que había olvidado que
tengo que regresar a mi trabajo. Está bien, ¿nos volveremos a ver? No lo sé.
Está bien.
Se abrazan, se dan un beso, se despiden.
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