Se levanta muy tarde, ayer estuvo leyendo de madrugada para
hacer sus clases con el cuarto y quinto de secundaria, son solo tres horas, las
últimas del horario.
Se desviste, se pone frente al espejo y se contenta por lo
flaco que está.
Es cierto, soy un potencial anoréxico – se dice para sus
adentros -, como voy puede que me de anemia o me contagien la TBC – no es una
preocupación, solo es una reflexión capciosa -, me gusta ser delgado, me gusta
ser flaco.
Ve bien que se le marquen sus costillas, le gusta tener el
vientre plano, así como los brazos y piernas delgadas, sonríe y se mete a la
ducha.
Se moja harto, a pesar del frío le gusta estar así,
sintiendo el agua cayendo mil. Se echa el champú contra la caspa, se enjabona
minuciosamente, utiliza un trapo áspero para limpiar sus talones, lava sus
partes como cuando niño su madre le indicaba, se recuerda de las veces en que estaba
acompañado en la ducha, cuando niño, cuando joven, se pregunta quiénes han sido
esas compañías, las cuenta, reflexiona y piensa si tendrá la oportunidad que
alguien más le acompañe para que talle su espalda.
Toma la toalla, se seca. Se pone, nuevamente, frente al
espejo; se contenta, sonríe como mono; así le gusta a Elena, que sonría como
mono. Se echa crema para los granos, y va a su cama para descansar un poquito,
solo 5 minutos, que pasan luego a 10 y terminan siendo 30. Es tarde, tiene
clases en la universidad, no le anima ir con un profesor con verbo simplón, que
dicta las generalidades del “ABC del Derecho”, pero tiene que ir.
Se pone nuevamente al espejo y conversa con Elena.
Será que siempre serás joven, ¿cuándo comenzarás a
envejecer?
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