De pronto llama su primo, es la oportunidad para poder
distraerse pensando en el problema de otros. Juan trabaja en una mina de
Arequipa y le cuenta – desesperado – que le han encontrado mucho plomo en la
sangre.
Pero todos los que trabajan en la mina han de tener plomo, ¿verdad? Sí, pero a mí se me ha
encontrado mucho, y estoy mal, me duele la cabeza, tengo ganas de vomitar, he
ido al tópico y me han dado pastillas y más pastillas. ¿Y qué piensas?, ¿vas a
dejar tu trabajo? No sé, me pagan muy bien, pero me hace daño; sabes, yo trabajo
con cianuro y mercurio.
Mario se distrae viendo a la pareja, ellos siguen contentos
besándose, se abrazan, el varón le dice algo al oído a ella.
¿Me escuchas? Sí, mejor vuelve a Lima, hazte tus chequeos,
me supongo que cualquier cosa tienes un seguro. Sí, he pensado en volver. ¿Y tú
cómo estás?, ¿cómo así llegaste a Tarma?
Mario vuelve a ver a la pareja, ve que la mujer llora.
Vine con el objetivo de desestresarme de Lima. ¿De Lima?,
¿no será de Elizabeth? Sí, quiero poder ordenar mis ideas con respecto a ella.
No sé qué me pasa, la veo, siento que la quiero, pienso que la amo, pero luego
entiendo que no es así; y no quiero estropear la imagen que tengo frente a
ella. ¿La imagen del hermano mayor? Quizás esa idea tenga ella de mí.
El hombre se incorpora, ella le coge el brazo y él bruscamente
se suelta. Todos en la calle Lima están admirados de los mantos de flores y
pareciera que nadie da cuenta – excepto Mario – de la pareja. La mujer se va.
Mario se acerca a la puerta posterior de la Catedral, donde los esposos estaban
sentados, se acomoda en el piso recostando su cabeza en la columna.
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