Sebastián sale de la ducha – su
vida transcurre más tiempo en la ducha que junto a Alejandra. Se seca con
minuciosidad el cabello, piensa que cuando su cabello está seco se nota menos
su calvicie. Se pone unos jeans clásicos y un polo amarillo – que no le gusta a
Alejandra porque le hace ver más viejo.
Va a Plaza Vea, sube al Deli Vea,
se sirve una causa rellena y una botella de chicha. Se pone a mirar a la gente
cruzando la pista, el semáforo no funciona – no funciona como casi nada en
Lima. Sonríe, sonríe pensando en el discurso que haría Alejandra por el
desastre que parece ser San Juan de Lurigancho, y piensa que le diría – para enojarla
– que mejor se cambie de distrito; pero como ella es muy social, terminaría
diciendo que no quiere irse, que solo critica el distrito porque le gustaría
que esas cosas cambien, que igual en San Juan está su familia y amigos.
Baja, lleva la botella a medio
terminar por la tapa. Una señora se fija que es el profesor que jaló a su hija
el año pasado, le barre con la mirada, él no se da cuenta. Sonríe, sonríe
porque ha recordado a la chiquilla que ama, la ha recordado con todas sus
muecas, soñó con ella en el auto de su padre.
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Alejandra duerme, sus labios grandes parecen un bombón,
Víctor acaricia su rostro, suavemente toca sus párpados, sus mejía, su cuello;
no tiene un rostro griego, pero su juventud la hace ver tan hermosa, en verdad
es hermosa, es tan hermosa que da ganas de solo contemplarla por horas. La deja
descansar a la perezosa, él se viste.
¿Te vas cholito? No te preocupes mi amor, descansa –
Alejandra ve la imponente espalda de su amante, se contraría porque no tiene
alas, le abraza. No me dejes, por favor no me dejes. Ya me tengo que ir. Pensé
que tendrías alas. ¿Por qué tendría que tener alas? ¿Acaso no eres un ángel? –
Víctor voltea y una luz fuerte despierta a Alejandra.
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Que bacanudo fue verte de nuevo, poder tocar tu rostro, eso fue lo mejor que me pasó en días.
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