Sunday, May 12, 2013

Mario esta en la prisión.


Domingo, lunes, martes, miércoles y jueves, encerrado en reclusión, bien disciplinado. Viernes por la mañana, comprendo en seguida la seriedad de mi compromiso. Veo mi puerta y ya son las 5. Me faltan horas para poder escribir más. Me pregunto si llamarás, me pregunto si es sensato rechazar toda invitación para el sábado. Mi habitación, que he tratado que tenga el calor humano que en mi casa se me dio cuando de niño, ahora es una reclusión, casa de castigo como si hubiera cometido delito y condenado a prisión estuviera. No está prohibido fumar, pero no puedo… aun cuando el cigarro tenga la humedad de tus labios, no tengo esa destreza. No está prohibido hablar, pero cierro el pico porque solo quiero hablar contigo. Telefonear es muy riesgoso, podrías sentir mi desesperación y me castigarías muy duro: un año sin verte.

Entonces, llega sábado, me produce un efecto raro ver al frente una iglesia. Inquieto asomo por las cortinas para que no me veas, me resulta raro porque justo ha comenzado a solear y me da ánimo para ser feliz, pero tengo miedo de pensar que puedo ser feliz, es una sensación triste y dulce a la vez. Me deprimo, me alegro, me pongo optimista, me desaliento. La impresión es horrible ya son las cinco y no llamas… necesitaré meses para acostumbrarme.

Más tarde, ya son las siete, las ocho… ya no tengo esperanza… mejor sigo escribiendo. Un día más son veinticuatro horas. Sí, puede ser, está timbrando… es el número. Me estás llamando.  

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