Allí en su habitación, el escultor enamorado, se pregunta
por qué no le sorprende lo que ha pasado con su obra. Su obra no es bella, su
obra no tiene la delicadeza que pensó que le había infundido, su obra no se
parece ni un ápice a su ideal.
Pero la ama, no por su belleza, sino porque ella es causante
de su reafirmación. La estatua imita su acento y cómo es su conversación en situaciones sociales. La
ama a pesar que es causante de su desgracia, de toda su desgracia.
El joven escultor es incapaz de aceptar una broma. No
tolerará críticas y va a menospreciar todo alago. Nada le convence que su
escultura no ha sido un fiasco, pero no se atreve a destruirla, porque la ama.