Sebastián se levanta muy tarde, son las nueve del día, está con una pereza y dolor de cabeza. Esto de estar creando grupos de Whatsapp en realidad ha sido un chambón, supuestamente estas cosas se hacen para facilitarnos la vida, pero en realidad nos la friega. Se mira en el espejo y se siente mal por la notoria acumulación de grasa abdominal, tiene miedo al recordar que en algún momento pudo ser anoréxico, se sonríe para darse ánimo: gordo pero sano, piensa. Se mete a la ducha.
El agua cae caliente, se pregunta cómo será en
el invierno, seguro que el agua estará fría porque con la baja temperatura y el
agua estancada será sufrible bañarse en esos días. Abre la botella del shampoo
y le llena agua para poder utilizar lo último, tendrá que esperar una semana
para comprar una nueva botella, con la deuda está más ajustado.
Felizmente que ya no está Azul, si la tendría estaría más aguja, y me moriría
de la pena de no poder invitarla a salir a comer algo.
Sale de la ducha, se seca mirando su anatomía
en el espejo, se mira en el espejo para recriminarse por no tener un cuerpo
formado, le sale las ideas de “si tuviera…”. Sonríe – fingidamente – para darse
ánimo, esta vez con la idea “al menos tengo un trabajo”. Y vaya que trabajo,
son un cuarto para las diez y ha comenzado a timbrar el celular, son los estudiantes
que le escriben por el Whatsapp y también llamadas, de seguro madres de
familia, que no respetan el horario del trabajo del docente. No responde porque
le duele la cabeza y cree que es una injusticia que le llamen o mensajeen a
esas horas, cuando él fácilmente podría estar haciendo otra actividad, quizás
podría leer un libro, terminar “La ciudad y los perros” que lo ha dejado a
medio leer. No termina de vestirse y se tira en su cama, toma el libro y se pone a leer. No
importa, solo tomaré agua y me quedaré aquí una hora para avanzar con mi
lectura.
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