Tuesday, February 20, 2018

Una Pequeña Ciudad

El doctor pregunta a la paciente por sus síntomas. Ella responde.

Me duele la cadera, tengo fiebre y siento que me voy a desmayar. Ya, ¿es hipertensa? Sí, también tengo diabetes. ¿Cómo lo sabe?, ¿está diagnosticada? Sí. Hace qué tiempo que no tiene su control. 2 años doctor. ¿Y le diagnosticaron diabetes? Sí – Grecy, no entiende porque el doctor insiste con la pregunta. Le voy a pedir que se haga estos análisis y pida una nueva cita de aquí a cinco días – el doctor no la mira, solo escribe en su computadora. Pero qué puedo tomar. Ahora le estoy recetando para su diabetes y la hipertensión, pero esto es por mientras, ya cuando tenga los resultados de estos análisis sabremos qué dosis deberá tomar permanentemente.

Grecy mira al doctor, él tiene el rostro preocupado, pero no es por ella, ya estaba así de ensimismado cuando ella entró. El doctor firma y le entrega la receta.

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Sebastián camina solo por jirón de la Unión, busca donde tomar algún refresco que le parezca limpio, no importa el costo, importa mucho que se vea limpio… no hay.

Lima puede pasar como la ciudad más sucia de América, de seguro que lo es, y lo peor parece que nadie se da cuenta, cómo podría tomar un refresco de esos lugares, todo está lleno de grasa y polvo, la gente sudando, dónde es que orinan si no veo que tengan baños. Y esos restaurantes, es puro papel y plástico en las casonas que van perdiendo su atractivo de la época virreinal.

Sebastián mira a un presuntuoso hombre maduro que sale de un restaurante; ese hombre tiene cierta convicción de superioridad y suficiencia, lleva terno, quizás sea un gerente o algún oficinista de la plaza San Martín, a unos pasos atrás está un joven que le lleva la maleta. Sebastián se esfuerza por recordar la cara del rechoncho cuarentón, sí, es su profesor, o mejor dicho, es su ex profesor de Derecho Internacional, que lo más que le enseñó de “Internacional” fue los grandes viajes que se dio gracias a estar a cargo de una de las gerencias de la municipalidad de Lima.

Pero cuánto ha engordado, si no fuera por su aguileña nariz, y los ojos desorientados no le reconocería. Este señor que su talento se reduce a ser un sobón de la autoridad para mantener un trabajo se da la gran vida a costa de los impuestos de los ciudadanos, pero nada más justo, estos ciudadanos sucios mantienen a un cochino – cerdo. Sebastián, critica para sus adentros. 


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