Me duele la cadera, tengo fiebre y siento que me voy a
desmayar. Ya, ¿es hipertensa? Sí, también tengo diabetes. ¿Cómo lo sabe?, ¿está
diagnosticada? Sí. Hace qué tiempo que no tiene su control. 2 años doctor. ¿Y
le diagnosticaron diabetes? Sí – Grecy, no entiende porque el doctor insiste
con la pregunta. Le voy a pedir que se haga estos análisis y pida una nueva cita
de aquí a cinco días – el doctor no la mira, solo escribe en su computadora.
Pero qué puedo tomar. Ahora le estoy recetando para su diabetes y la hipertensión,
pero esto es por mientras, ya cuando tenga los resultados de estos análisis sabremos
qué dosis deberá tomar permanentemente.
Grecy mira al doctor, él tiene el rostro preocupado, pero no
es por ella, ya estaba así de ensimismado cuando ella entró. El doctor firma y
le entrega la receta.
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Sebastián camina solo por jirón de la Unión, busca donde
tomar algún refresco que le parezca limpio, no importa el costo, importa mucho
que se vea limpio… no hay.
Lima puede pasar como la ciudad más sucia de América, de
seguro que lo es, y lo peor parece que nadie se da cuenta, cómo podría tomar un
refresco de esos lugares, todo está lleno de grasa y polvo, la gente sudando,
dónde es que orinan si no veo que tengan baños. Y esos restaurantes, es puro
papel y plástico en las casonas que van perdiendo su atractivo de la época
virreinal.
Sebastián mira a un presuntuoso hombre maduro que sale de un
restaurante; ese hombre tiene cierta convicción de superioridad y suficiencia,
lleva terno, quizás sea un gerente o algún oficinista de la plaza San Martín, a
unos pasos atrás está un joven que le lleva la maleta. Sebastián se esfuerza
por recordar la cara del rechoncho cuarentón, sí, es su profesor, o mejor
dicho, es su ex profesor de Derecho Internacional, que lo más que le enseñó de “Internacional”
fue los grandes viajes que se dio gracias a estar a cargo de una de las gerencias de la municipalidad de Lima.
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