Me rehúso,
Suena, la historia romántica de un reguetonero. El Caballero
Blanco trata de identificar de dónde viene. Qué tontería, cómo es posible que
en una biblioteca se escuche música, quién es el antropoide que escucha música
aquí, para colmo esa tontería de reguetón. Se da cuenta de su soledad, está en
el medio de la sala de lectura y no hay nadie, la música viene de afuera, de un
grupo de jóvenes, tan jóvenes como él. Ella voltea, allí está, es ella
nuevamente.
******
Nos vamos a las seis y media – amenaza Sebastián. Pero tu
amigo se levanta tarde – se preocupa Cristel. ¿Quién te dijo eso? – sonríe Sebastián.
Me lo dijo Estrellita, ella dice que Keni es un dormilón. Jajajaja… ¿tú le has
dicho eso Estrellita? Tú me lo dijiste una vez – responde pícara la flaquita.
Tío, ¿pero no será muy temprano? – pregunta Diego. Viajaremos por lo menos dos
horas, así que es mejor salir temprano para poder hacer el recorrido completo.
¿Dónde está Lachay, tío? Al norte, pasando Huaral.
Nella sirve el almuerzo para todos, se alegra contemplando a
sus nietos y a su hijo.
******
Ella no es Elena. Esta jovencita debe ser de la edad del Caballero
Blanco, aunque Elena no parece ser mucho mayor, por sus ademanes se le nota
madura. Él no sabe que Elena le lleva 15 años, no se nota, Elena es hermosa y
tiene la maldición de no envejecer.
Cierra el libro, lo coloca en su mochila y sale lentamente
para poder ver a la hermosa señorita de piel canela. Pero sus ademanes la
delatan, no es la mujer que vio en el restaurante, la forma torpe en que se
para, lo escandalosa que ríe, claro que no es, aunque se parecen, se descubre
al acercársele que no es la mística mujer.
Cruza al grupo de pigmeos oscuros, y se cuestiona porqué
está tan preocupado en volver a ver a esa mujer. ¿Me sonrió?, ¿o fue un tic
nervioso? Ella sabía que le estaba mirando y por eso me sonrió, pero cómo hacer
para volver a verla, quizás coincida en el mismo restaurante, eso haré, iré a almorzar allí hasta encontrarla
otra vez y me le acercaré.
*****
Hola Elena. ¿Cómo estás Sebastián? – Elena sonríe como la
primera vez. Bien, aunque con un dolor de espalda, que me está preocupando
porque justo fue con un dolor de espalda con que nos enteramos del cáncer de mi
madre. No te preocupes, tú vivirás cien años. Y eso me preocupa, cuando tenga cien
ya no parecerás mi hija, dirán que ando con mi nieta.
Elena le besa la frente, a él le cae una lágrima. El mozo se
acerca y le da la carta.
Por favor un cappuccino – mira que cuesta quince soles y se
dice para sus adentros que no importa, ya para qué ahorrar a esta edad, al
menos que piense que llegará a los cien. ¿Algo más señor? Para la dama, una
manzanilla. ¿Cómo dijo señor? – el mozo se contraria. Sí, me trae también una
manzanilla. Muy bien señor.
Te ves hermoso, pareces un oso a quien da ganas de apapachar
– Elena sonríe como la primera vez. No sonrías así, así
enamoras. No, ya no puedo enamorar. Elena, pronto cumpliré setenta años. ¿Y
recuerdas que habías muerto a los treinta y cinco? Sí, lo recuerdo, y no
entiendo quién es el que está vivo, ¿tú o yo?
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