Sebastián salió muy temprano, como a las cinco de la mañana.
Había quedado con él para ir a entrevistar a un taxista, él siempre quiso
entrevistar a un taxista, pero ninguno interesante se atrevía y por fin
logramos que nos acepte alguien que nos auguraba una buena conversación. Pero la
víspera me quedé conversando con Isolda sobre todo lo que amo de ella y todo lo
que ella ama de mí, a pesar de tener treinta años ya, siento que Isolda es un
amor adolescente. No estuve con mi amigo porque me quedé dormido.
Me levanto al medio día, le timbro para saber dónde esta,
pensando que me regañará, pero no contesta; eso me preocupa más, quizás ya está
pensando en “disolver” – esa palabra la recuerdo de Fujimori – AbogandoTV. No
tengo ganas de comer, no sé porqué no tengo apetito.
Salgo a ver a Isolda, hacemos el amor, como siempre me
pregunto si lo hice bien, pienso que para mi edad – 30 años – tengo poca
experiencia – 5 mujeres. Seguro que Isolda fingió placer, pero a pesar de mi
torpeza ella me ama, esta vez no hizo ningún comentario sobre nuestra penosa
sexualidad, extrañamente pregunta por Sebastián – a ella no le interesa mucho
mi trabajo en el video blogger, y tampoco suele meterse en mis negocios con la
SUNAT, pero ahora me esta preguntando por Sebastián.
He visto sus entrevistas, ha mejorado bastante desde la
primera vez en que entrevistó al evangélico candidato al congreso, pero pienso
que como entrevistador le falta algunas cosas; no creo que así llegue a ser un Hildebrant. A mí me gusta sus
entrevistas, tienes razón, ha mejorado mucho y seguirá mejorando. ¿Y cuál será
su próxima entrega? Aún no me lo ha dicho, pero hoy entrevistó a un taxista y
estoy esperando a que lo suba. ¿Y no eras tú quien lo editas? Sí, pero hoy no
puede acompañarlo porque me quedé dormido – un triunfo para Isolda. Ya es muy
tarde, ¿comemos algo? Sí.
Salimos del hotel. Para hacer nuestras cosas vamos a un
hotel, porque aún vivo en la casa de mis padres y antes tenía más disposición
en mi casa, pero desde que Jhonson trajo a vivir a su mujer e hijos a la casa
perdí toda mi comodidad; pronto pagaré la inicial para mi departamento.
Caminamos, es invierno, y llueve – el calentamiento global, ahora en Lima
llueve y las casas han tenido que modificar sus techos a dos aguas.
No tengo hambre… no es mi preocupación por escuchar renegar
al viejo Sebastián, estoy esperando verlo con sus achaques de anciano
prematuro; es algo diferente lo que me tiene intranquilo. Llamo a casa para
saber cómo esta mi madre.
Hola hermano. ¿Alguna novedad? ¿De qué Keni? No sé, ¿mamá
está bien? Sí, todo está bien, bueno… Keni, estoy haciendo unos cambios en la
cochera. ¿Qué estás haciendo? Nada hermano, solo estoy haciendo un armario para
colocar unas herramientas. Ya nos vemos. Otra cosa, te llamó una señorita, dijo
que te había llamado al celular, pero como lo tenías apagado decidió llamarte a
la casa. ¿Y quién era? La sobrina de Sebastián, no dejó ningún encargo.
Dejo a Isolda en su casa, bajo por Armendáriz, la noche está
triste. Mi celular registró varias llamadas perdidas, una de ellas es de
Sebastián, le timbro, pero no contesta. Después de unos minutos mi celular suena,
es el número de Sebastián.
Keni, mi tío ha sufrido un accidente y está inconsciente en
el hospital San Pablo, su estado es muy delicado; si puedes venir ahora sería
bueno, quizás sea la última vez que lo veas, mi mamá – todo esto lo dice en
llanto – está orando esperando un milagro, pero sé que no va suceder.
No entiendo por qué pasó esto.