Sebastián se desnuda,
mira frente al espejo su escuálido cuerpo, agacha la mirada y mira su sexo. Ironiza,
“quizás sea que no le gustó lo que vio, quizás sus expectativas eran más
grandes”. Se mete a la ducha y toma el baño, se da tiempo para sentir la lluvia
cayendo sobre su cuello, siente el contraste del calor de su cuerpo y el frío
del agua, como ese contraste que hicieron al juntarse sus pies cálidos con los
fríos pies de Azul.
Masculla, te amo; dice
quedito, te amo; llora amargamente, te amo Azul. Recuerda al guerrero que no
llevaba su caballo de la rienda durante los combates, sino que blandía el sable
con la mano derecha y disparaba su revólver con la zurda. Parecía un diablo
rojo y triste, gestado en los andes peruanos y pulido en el desierto de Lima.
Sebastián compara la bravura inútil de la lucha de ese guerrero, con su
constancia para rogarle por amor a Azul. Todo estaba vencido para el guerrero, él
lo sabía; todo está perdido para Sebastián, él también lo sabe. El guerrero
andino sabía que perdería su vida, el profesor Sebastián ya ha perdido varias
veces, ahora va por la cuarta vez, así se lo ha dicho Azul.
Es una pena que Azul
no podrá conocer la mejor versión de Sebastián, no sabrá sobre lo honesto de
este profesor peruano de escuela pública, no sabrá lo buen hijo y hermano que
dicen sus padres y hermanas que es, tampoco tendrá la dicha de estar con él en
un viaje a los andes tropicales, quizás Azul ni se entere de los cuentos que ha
escrito Sebastián para ella. En cambio, él sí conoce la peor versión de Azul,
esa versión de orgullo, de sentirse superior a uno, de la que supuestamente es
más fuerte, pero no tiene fuerza porque no es ella la que dice NO, es un tonto
orgullo que dice NO, porque ella grita desde sus entrañas, desde la intimidad
de su sexo, Sí.
Las lágrimas de
Sebastián discurren con el agua de la ducha.
Es la peor versión de
Azul, esa en que piensa que es mejor quedarse sola, que lo que le pasó fue
suficiente para no volver amar, que para qué hacerse problemas con alguien si
es que ya se va de Perú, palabra que le retumbará como también el nombre de
Sebastián cuando escuche de lo grande de este país hospitalario y cuando sepa
algo del buen maestro que seguro que disfrutará su mejor versión con otra.
Ella recordará el día
en que decidió dar un paso, pero que la promesa de Sebastián de no tocarla
hasta más allá hizo que no se consumara lo que tanto deseaba. Y al recordar ello,
se lamentará por no haberle pedido a Sebastián que siga, que avance tanto como ella
deseaba. Pero es pena, vergüenza, es un falso orgullo de son sentirse nuevamente
de otro, por ese prejuicio es que se está perdiendo la mejor versión de
Sebastián.
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