La sombra mira a Sebastián, está delgado, puede ver sus
costillas, como siempre le gustó a él verla ahora ella puede verle, un hombre
que está disfrutando de su última juventud, delgado, enfermamente delgado. Le
acaricia el cabello y huele el aliento fresco que le recuerda que Sebastián
está vivo. Sebastián dice su nombre, Elena.
Quisiera que te sientas como yo me siento; quisiera ser como
tú, sin sentimientos… Elena llora y le pide perdón. Él abre la puerta sin
pronunciar palabra le dice claramente que se vaya para siempre de esa
habitación y de su vida.
Ya me cansé.
Elena le sigue acariciando, pasa su mano y siente sus
fuertes y velludas piernas.
Caminando. ¿Solo? Desde que te conocí. Podrías ir con un amigo.
No, prefiero caminar solo… Ella le besa y él responde violentamente, chocan sus
dientes. Sebastián pide perdón porque aún no sabe besar.
Elena fija la mirada en toda la habitación, está limpia, es
una de las primeras tareas de Sebastián.
¿Y estos jarrones? – Elena quita el periódico que cubre dos
grandes cristales. Son para los focos del cuarto. Eres como una mujer. ¿Por
qué? Nunca he visto un chico que esté pendiente en ese tipo de cosas para su cuarto.
Claro que los hay. Sí, pero son pocos. Yo no estoy en un grupo de pocos, yo
estoy solo.
Elena posa su cabeza cogiendo las piernas de Sebastián y
continúa su eterno dormir.
*********
Fue una pesadilla, a veces pienso que no fue real, que no
pasó. Él me hizo una infeliz, yo me preguntaba todos los días, le preguntaba a
Dios todos los días, ¿el amor existe? Y – Elena llora -, y veía a otras parejas
jóvenes felices y me decía que sí, que el amor sí existe, pero no me alcanzó,
no me llegó.
Maritza la abraza para que Elena no caiga.
Ahora te maldigo aquí en tu tumba, si no lo hice en el
entierro y aparenté fue por tus hijos, por mis hijos. Pero ahora te maldigo,
maldito seas por todo lo que pasé a tu lado Henry. Me arrepiento mil veces de
haberte esperado, de haber confiado una última vez más. No te supero, no lo voy
hacer, porque yo fui buena contigo y tú… maldita la hora en que te sonreí, maldito
el día en que tu juventud coincidió con la mía.
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