Van juntos hacia la avenida principal para que Mario tome el
bus de regreso a su casa y ella seguir su camino más arriba. Él no habla, ella
lo mira, luego él se da cuenta de la incomodidad de ella y trata de hacerle el
habla, pero no le sale ideas buenas. Ella se cansa de esperar la espontaneidad
que caracteriza su conversación y le dice, ¿qué te pasa?; estoy cansado, tengo
mucho sueño; ya… yo igual voy a tu casa a las diez; sí, no te preocupes, estaré
esperándote.
Son las siete y treinta, llegó rápido a casa. Sube a su
habitación y revisa el facebook, revisa la cuenta del hijo de Elena y ve que no
ha puesto nuevas fotos, pero se detiene viendo las anteriores: Elena, en un supermercado,
cargando al recién nacido. Se quita las zapatillas, camina en medias en busca
de agua, dice una grosería al darse cuenta que no tiene agua, se muere de sed
pero no tiene para comprar agua… recuerda que su amigo le preguntó si es que
tomaba agua del caño, lo piensa, pero tiene miedo de enfermarse.
Termina los ejercicios en menos de una hora, se contenta
porque a pesar de que ya no lleva el curso de lógica ha podido hacer los
ejercicios con mucha facilidad. Timbra a Vanesa para que le llame o entienda
que debe acercarse pronto, estaba preocupado en que llegara muy tarde, las
calles son peligrosas se decía. Ella llama y le dice que no se preocupe porque
irá con alguien.
A las diez, justo cuando estaba por acostarse, una piedrita
golpea su ventana y piensa que es Elena, pero no es Elena, es Vanesa. Sonríe,
busca los ejercicios y se los baja. Su amiga le presenta a su novio, un joven
más alto y joven que él y ve a Vanesa y se alegra por ella. Se despide y decide
pedir fiado a la tienda una bebida, pero la señora no fía… Desiste de beber y
se va a dormir.
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