Cuando está triste, tiene un rostro hermético, ni un músculo
de su rostro se mueve, sus ojos están anegados de tristeza, pero no llora,
hasta que le cae una lágrima y me doy cuenta de su dolor.
Recuerdo escucharla gemir, llorando suavecito. Sin mirarme. Recuerdo
haberla acariciado y acercado mis labios a los suyos.
La miré, miré su vientre hinchado y, no sé exactamente por
qué, rompí a llorar. ¿Por mí? ¿Por ella? ¡Vete a saber! Lloré, gruesas lágrimas
me resbalaron por las mejillas. Ella, al verlas, se puso a gemir y, entonces
agaché mi cabeza en su regazo y la abracé.
Esa noche durmió en mi casa, fue una noche deliciosamente
tierna y dulce.
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