Nadie felicita a un maestro por enseñar que dos y dos son
cuatro. Se lo felicita, acaso por haber elegido tan bella profesión. Es loable
ser maestro por esa buena voluntad de enseñar y que para honor del hombre son
más numerosos los que tienen tal buena voluntad.
Es en este grupo de hombres que siempre habrá un valeroso
que se atreva a decir que dos y dos son cuatro aun cuando al declarar eso se
está condenado a muerte. Bien lo sabe el maestro. Y la cuestión no es saber
cuál será el castigo o la recompensa que aguarda a ese razonamiento. La
cuestión es saber si dos y dos son o no cuatro.
¿Tú maestro? – nuevamente se burla.