La veo, bella como Lucifer y brillante como el mismo mal,
erguida frente a mí, con el venablo rojo en la mano derecha a la altura de su
cabeza y con la izquierda señalándome.
Su dedo se ha fijado en mi cabeza, ha
acercado la lanza a mi pecho. Pacientemente introduce la punta en mis carnes.
Y me pregunta, ¿por qué no bailas?
Y se ríe.
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