Durante tres días… él se sumergió y remontó del fondo del
mar. El fondo no se ve, pero por el tiempo que invierte en ello, debe de haber
de quince a dieciocho metros. Cada vez que subía – lunes, miércoles, viernes y
sábado – moría de ansias por volver al mar. No descansaba sumergido, ni después
de subir. Sumergido no podía comer y necesitaba de muchas fuerzas para nadar
tanto como el mar le demandaba. No descansaba cuando estaba fuera, porque no
podía respirar. Deseaba volver con el mar.
Ahora el mar le ha despedido y él está muy triste. No puede
volver con el mar, porque él es de otro mundo. El mar también está afligido
porque se da cuenta que aquel no es su hermano, no es su hijo, no es su amigo,
no es nada suyo.
El joven quiere volver al mar para pedirle perdón, pero el
mar ya está muy lejos. El joven quiere llorar pero no le sale lágrima alguna
porque piensa que es en balde llorar sino hay nadie quien le consuele. El joven
quiere ir donde su madre y contarle lo que le sucedió estando sumergido, pero
teme que su madre le reproche. El joven piensa que tuvo que haberle pedido algo
al mar para poder abrazarlo y consolarse de su desgracia cada vez que lo
recuerde.
El mar no le entregará nada, porque el mar piensa que no
puede darle nada a quien no es nada suyo; a pesar que tiene simpatía por aquel
joven, el mar, no le piensa dar nada. Al mar le duele de no poder jactarse del joven
como parte de su naturaleza. El mar es egoísta porque dice: “si no eres como yo
y no puedes vivir conmigo, no serás nada de mí… y siempre estarás fuera de mí.
Igual el joven volverá y penetrará al mar… así se lo ha
prometido.
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