Completamente borrachos, yo me arriesgué a una caricia
epidérmica en tu cuello con la yema de los dedos, y tú retorciste con un gemido
de niña consentida sin dejar de llorar. Entonces te besé en el mismo sitio, muy
suave, como lo había hecho con los dedos y no pude hacerlo por segunda vez
porque te volviste hacia mi con todo tu cuerpo monumental, ávido y caliente, y
ambos rodamos abrazados por el suelo. Buscamos a tientas como primerizos
apurados y nos encontramos de cualquier modo, revolcándonos sobre los libros,
ropas, ensopados de sudor.
Sabes que he tenido varias amantes de ocasión, pero ninguna
me ha despertado ilusiones como tú lo haces. Solo a ti he amado con la pasión
casi demente de que era capaz a los dieciocho años.
Después de esta primera vez, te has dado cuenta que con
matrimonio o sin él, sin Dios o sin ley, no vale la pena vivir la vida si no
eres amada. Soy tu eterno amante.