Sebastián se queda parado, voltea la cara y espera que la combi se pare para no ver la escena de los dos jovencitos. Ellos estaban en el mismo lugar que muchas veces se despidió de Alejandra.
- ¿Amarte a ti? Mira, tú eres un animalito, eres como mi gatita que aún no
tengo, pero pienso tener algún día. Eres como ese animalito, precioso desde
luego, pero no más que eso. Solo amo a Elizabeth, a ella la amo con toda mi
alma.
- ¿Y cómo puedo conseguir que me ames con toda el alma? – Alejandra sonríe.
- ¡Cállate! Hablas de cosas que no puedes entender. El amar con el alma está muy lejos de tus juegos carnales.
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Recuerda la última vez que se despidieron, Alejandra le dio un beso inocente que él no supo corresponder, ella le terminó y él no dijo nada porque no la amaba, al menos pensaba que no la amaba, pero estaba caminando en sentido contrario al Edén.
Pasaron los días y de pronto recordaba a Alejandra, terminaba su trabajo y al
llegar a esa esquina se le hacía un nudo en la garganta, recordando a la
jovencita que le esperaba.
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- ¡Viejito! Te traje chocotejas. Las hice yo misma,
¡te van a encantar!
- ¿Otra vez por aquí? ¿Y tus clases?
- Ay, me aburren. Ahora tenemos “Negocio Jurídico”
con el profesor García.
- ¿Y así piensas ser abogada?
- ¡Ni loca! No quiero trabajar como abogada. Voy a
administrar la empresa de mi papá y ganaré mucho más de lo que ganas tú como
profesor.
- Qué suerte la tuya. ¡Qué envidia de futuro!
- ¡Jajajaja! ¿Ves por qué siempre vengo? Para alegrarte un poquito la vida.
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Pero la razón ganó al corazón y dejó a Alejandra en esa misma esquina.